Capítulo I

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El inicio de una nueva era.

Abro los ojos y siento un gran peso en mi cabeza, es como si me cayera una toneladas de escombros arriba. Me cuesta un par de instante volver a la realidad y caigo en cuenta que estoy en mi habitación. Recuerdo que ayer fue la fiesta de bienvenida a los de primer año. Pero no recuerdo nada, o casi nada. No acostumbro a abusar del alcohol, pero ciertamente intento repasar las escenas de la noche anterior. No logro recordar como llegué a mi cama.

Llevo un par de pocos de minutos pensando, sin precipitarme de que no he movido ni un dedo desde que desperté. Un escalofrío recorre mi cuerpo dándome un corrientazo que me hace saltar de la cama, y sin mirar atrás corro hacia el baño. Salto para lograr llegar al lavabo, y vomito las bilis.

Giro la llave. Me lavo la cara. Comienzo a poner mis ideas en orden y el terror empieza a calar por todo mi cuerpo. Me veo al espejo y mis ojos se vuelven unos platos. Estoy desnuda.

Pasmada suelto un grito estremecedor. Con los nervios a flor de piel volteo atrás y mis brazos se tornan trémulos. Busco en el armario una toalla, y la encuentro. Me envuelvo en ella y dispuesta a salir me detengo a pensar... ¿Con quién pasé la noche? ¿Estoy exagerando?

Inhalo, exhalo. Sí, recuerdo ser el alma de la fiesta (al menos eso alegan los que me rodean). Le estoy dando la bienvenida a los de primer año, incluyendo mi mejor amiga que entra en dicha etna. Bailo con muchos, incluso con mi gran amor. Hay tantas botellas de alcohol que ni los organizadores de la fiesta saben la cifra exacta.

Recuerdo a Richard molesto, no recuerdo el motivo. Al parecer discutimos. Lo abofeteo ante las masas y eso hace que me lamente.

Genial, después de tanto las cosas funcionan y terminan así, pienso.

Siento que mi cabeza me va a estallar. De un tirón abro la puerta y justamente hay alguien detrás de ella, le he golpeado, oí un lamento.

Abro la puerta y atónita cuestiono mi realidad. Nicolás sostiene el puente de su nariz, ella sangra. Y su desnudez se limita hasta sus caderas que son abrazadas por unas sábanas.

—Me despertó un grito. ¿Estás bien?

Me resulta tan estúpida su pregunta.

—¿En qué cama despertaste? —inquiero en un impulso.

El demora unos instantes, se nota que las sábanas las tiene aún pegadas. Voltea y señala la segunda estructura de izquierda a derecha.

Mi corazón se acelera y pregunto:

—¿La de arriba o la de abajo?

—Abajo.

Ahogo un suspiro y camino muy tranquila hasta mi cama. Sus ojos siguen mi camino. Me siento en el borde. Tomo una almohada. Y esbozo una sonrisa. Luego colapso en un grito arrollador que intento disimular hundiendo mi rostro en el cuadrado esponjoso. 

Continúo dañando mi garganta hasta que unos pequeños golpecitos se hacen presente en mi espalda. Alzo la cabeza y Nicolás yace parado, a un lado.

—¿Crees que estuvimos juntos?

El me observa inocentemente. Yo le devuelvo una mirada más recia, le miro con obviedad. Respondo:

—¿Y tú que crees?

El resopla y deja caer todo su peso a mi lado. Sus brazos entre sus piernas parecen quedar inertes. Mira el frente y resignándose agrega:

—Ya la cagamos.

Se lanza hacia atrás quedando acostado. Pasan unos minutos mientras me ahogo en mis pensamientos. Mi vista se nubla y me deshago de las responsables.

Giro mi cabeza hacia mi derecha y sin mirarle a la cara le pregunto si estaba tan ebrio como yo.

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