II. Segundo Misterio

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El demonio lo observó desde las sombras. Aemond sudaba un poco y se incorporó sentándose en su cama. Parecía como si estuviera preocupado... ¿culpable?

Miró cuando el humano hizo a un lado sus sábanas y vio un bulto...

Lucerys sonrió. El hombre había tenido un sueño húmedo por su cuenta... ni siquiera había necesitado la ayuda del demonio... eso le funcionaba excelente.

El súcubo se acercó invisible a él, y le mostró de nuevo a la mujer que se había quejado al caer. Era muy bella. Pechos grandes, cintura definida... una cadera pronunciada. Su cabello era oscuro y largo, brillante. Seguramente lo llenaba de aceites o cremas con olores deliciosos...

Aemond podía ver esas imágenes en su mente sin saber quién o qué lo hacía verlo. El demonio sonreía disfrutando de la culpa que se dibujaba en sus ojos mientras la mano humana lentamente se acercaba a su propia entrepierna... pero se detuvo.

Pensó volver a intentar mostrarle alguna fantasía pero Aemond simplemente se puso a rezar y pasó la noche en vela.

Al día siguiente, el sacerdote llegó a su congregación y le expresó su preocupación a uno de los obispos durante una confesión que Aemond había solicitado con urgencia.

"Hijo... eres joven, la carne es débil... en ocasiones, solamente se tiene que lidiar con esas cosas..."

Para Lucerys, el obispo era sabio, y Aemond haría bien en escucharlo... eso lo mantendría vulnerable para él... pero lejos de seguir su consejo, el albino se mantuvo preocupado y utilizaba cada momento libre para rezar y quedar agotado para poder pasar una noche sin sueños.

Se mantuvo oculto unos días más. Finalmente, para él el tiempo sólo eran suspiros. Parpadeos. Cuando el sacerdote pareció bajar la guardia de nuevo, habia pasado una semana más. El demonio se había dado cuenta de algo que actuaba a su favor. Las oraciones y rezos no le causaban molestia cuando no iban dirigidas a él. Una ventaja que tenía sobre los demonios de más alto nivel. Él podía soportar misas enteras siempre que no fuera descubierto por un cura.

Incluso había presenciado un exorcismo. El demonio en cuestión no se había percatado que habían dos pares de ojos observándolo mientras lo expulsaban del cuerpo del desafortunado chico que quiso jugar con cierta tabla en un cementerio. Una vez más... una invitación que retiran cuando es aceptada. Hipócritas. Eso es lo que eran.

Una noche en particular, Aemond regresaba a su casa. Estaba agotado porque de nuevo había tenido que realizar otro exorcismo más. Una niña pequeña. Cuatro años a lo mucho... estaba bien pero su pequeño cuerpo estaba cubierto de las heridas que el demonio le había hecho. Rasguños en el rostro, desnutrición profunda... un brazo roto y el terror que marcaría su mente probablemente por toda su vida.

El hombre abrió la puerta de su casa y arrastró los pies al interior. Dejó las llaves en el cuenco de la entrada y se sirvió agua en un vaso. Rutinario...

Pero no bebió de él. Se quedó mirando el líquido como si buscara respuestas en él. Como si las ondas que se formaban en la superficie de alguna manera le pudieran deletrear las respuestas a las dudas que lo aquejaban.

Lucerys se mantenía observando. Cuidando de no ser descubierto. Asegurándose de que el humano no viera ningún movimiento en el rabillo del ojo o que escuchara alguna voz... callado.

— Espero que lo estés disfrutando... — dijo el humano en voz baja y cansada.

Lucerys se quedó helado. No había forma de que pudiera haberlo descubierto. Había sido cuidadoso. Muy precavido esta vez... y Aemond ni siquiera parecía ser el mejor de los exorcistas... a juzgar por los reproches y regaños que había observado que recibía de los obispos.

Mantuvo los ojos abiertos, expectante y entonces el humano casi albino continuó.

— Veo que te has estado alimentando bien, ¿no es así...? — 

"Mierda" pensó el demonio. — ¿Vhagar...? Veo que si te gustaron los nuevos escarabajos que te conseguí...

Lucerys sintió que podía respirar de nuevo. No hablaba con él. Aemond se acercó al acuario y observó cómo su salamandra masticaba alegremente un par de cochinillas. Soltó una pequeña risa por la nariz y se quedó mirando a la criatura.

— ¿Sabes...? Hoy fue un día realmente difícil... — comenzó a hablar de nuevo. Su voz se escuchaba desanimada. No tenía el estoicismo que causaba que su voz vibrara en su garganta. Sonaba como si se hubiera quedado sin aire. Tal vez sin fuerzas. — Era una niña... apenas una pequeña...

El demonio no podía creer lo que veía desde las sombras. Aemond lloraba. Cubría su rostro pero el sonido de los sollozos era inconfundible. ¿Un despreciable sacerdote como él llorando? Eso solo demostraba que era débil. Débil y patético. No era firme ni fuerte cómo había querido mostrarse... era una persona triste y sola.

— A veces... — dijo después de sorber por la nariz. — A veces me pregunto... ¿por qué si lucho las peleas del Señor, recibo respuestas de sus enemigos más nunca de Él?

De nuevo sollozos... se veía... pequeño. Derrotado. ¿Tanto le afectaba ver sufrir a una niña? No tenía sentido. ¿Qué había que lamentar? Apenas había existido por un parpadeo. Ni siquiera había algo que lamentar. Un aleteo de vida que tan pronto aparecía, desaparecía de la existencia. Y ni siquiera había muerto. ¿De verdad ese patético humano había logrado arrancarlo de su víctima...?

Después de un rato, Aemond se puso de pie y finalmente bebió el agua que se había servido.

Lucerys pudo sentir en él, el arrepentimiento de haber dudado de su Dios... pero era solamente culpa suya. Había elegido seguir fielmente a un megalómano vengativo... eso es lo que sacaba de eso.

Estuvo por horas escuchándolo rezar. Rogando por el perdón de su duda. Esperando que su Dios le extendiera su misericordia... y con el primer cabeceo...

Era su oportunidad. Podría aprovechar que estaba débil. Con la mente vulnerable podría atacarlo con algo más explícito, hacerlo tocar su cuerpo, aumentar la sensación de su ropa en la piel, hacer que fuera placentero, incluso soplar un poco sobre su cuello para echarlo a andar, tomar de él la energía necesaria para poder dominarlo y humillarlo...

Aemond dio un respingo cuando se dio cuenta que estaba quedándose dormido y... de nuevo echó a llorar.

Lucerys sintió asco. Es que en verdad era patético. Sería una victoria insípida. Demasiado fácil... no era divertido de esa forma... no le gustaba la idea de que el sufrimiento que sentía el sacerdote no fuera producido por él... y ni siquiera tendría el mismo efecto.

A Lucerys no le brindaría energía deliciosa si el sacerdote sucumbía ante la tentación en ese estado deplorable de ánimo... tenía que tenerlo cuando estuviera fuerte, pero distraído.

Los sollozos se comenzaban a volver molestos. Lo irritaban e incomodaban mucho. Era algo triste de ver y solamente le producía lástima y asco.

"Así no. Así no tomaré mi venganza"

Lucerys lo dejó descansar... podría esperar un poco más...

Fuego infernalWhere stories live. Discover now