Capítulo 40

Depuis le début
                                    

Como cosa de magnetismo, sus ojos consiguen los míos al instante y su sonrisa cambia. Ahora tiene una cierta picardía que me arranca un estremecimiento de pies a cabeza.

Me hago camino entre los invitados hacia mi esposo. Vaya, qué concepto. Al mediodía nos casamos por el civil y en la tarde por la iglesia, así que oficialmente somos marido y mujer en toda regla.

—Mi Daya linda, felicitaciones.

Inhalo con exageración cuando Javi y Enzo aparecen delante de mí. Los abrazo a los dos con toda mi fuerza.

—Gracias, mi Javi. —En su oído susurro—: A ver si atrapas el bouquet.

Mientras Javi se sonroja, le guiño el ojo a Enzo. Algún día los podré ver felices juntos sin miedos, así como Tomás y yo.

Sigo el camino hacia mi nuevo esposo. A pesar de que otros me detienen para ofrecer sus felicitaciones y darle cumplidos a mi vestido, no aparto la atención de Tomás. Su cabello negro un poco largo arriba y muy corto a los lados está perfectamente peinado con una pomada. Su traje negro de tres piezas vino directamente de Italia y se lo entalló un modista de renombre. Y es que tenía que ser así, porque nadie más tiene esos hombros anchos y esa cinturita que me vuelven loca.

Sabe que me lo estoy comiendo con los ojos porque su sonrisa se va esfumando a medida que me acerco. Lo que hay en sus ojos es lo mismo que como cuando estamos solos, besándonos como si no hubiera mañana.

Son solo unos metros entre mi punto de partida hasta cuando llego a plantarme frente a él, pero llego casi sin aliento.

—Hola —me dice Tomás.

—Hola. —Vuelco la atención un instante hacia mi hermano, que ha estado viendo la acción silenciosa con las cejas en alto—. ¿Cuál historia le contaste?

—La de cuando te caiste del tobogán mientras te deslizabas y nunca te montaste más en ninguno.

Mi esposo asiente.

—Ah, bueno esa no estuvo tan mal. —Excepto por la parte donde todavía tengo la cicatriz en mi cuero cabelludo—. Anda a contarle la historia a mis cuñados, anda.

—¿Te queréis deshacer de mí?

—Sí. —Sonrío con dulzura sin par y Salomón me sorprende con una risotada.

—Pues eso nunca va a pasar, hermanita. —Me da un abrazo y al apartarse, tiene la misma sonrisa que pone cada vez que su hija hace algo nuevo por sí sola—. Estoy orgulloso de tí, Sikiú Dayana.

Le dejo pasar eso último porque me he puesto llorosa otra vez.

—Gracias, Salomón Aquiles.

Mi hermano le da una palmada en la espalda a su cuñado y se aleja.

Inhalo profundo y el aroma del perfume de siempre de Tomás ayuda a calmarme.

—¿Estás lista? —Tomás está tan cerca de mi que veo los flecos verdes entre el marrón de los irises de sus ojos. Levanto una mano para acariciar su quijada.

—¿Para arrancarte toda la ropa y lanzarte contra el colchón? Sí.

Se ahoga con su propia saliva.

Le doy palmaditas en la espalda con una benignidad intachable. Cuando se recupera, Tomás entrecierra los ojos con supuesta amenaza. Solo logra que me den más ganas de hacerlo ahogarse.

—Que conste que tu vestido de novia no va a quedar en una pieza.

El vestido es una belleza que también trajeron mis cuñados desde Italia, hecho con corte sirena que acentúa todas las curvas que había olvidado que tenía bajo los jeans y franela que usé por cinco años en la universidad. Pero no es como que tendré otra ocasión para ponérmelo, así que estoy dispuesta a hacer el sacrificio.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant