Capítulo 130. Eres extraordinario

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—Bueno, da igual. De seguro tenías sólo tres o cuatro años en ese entonces, ¿no?

—Supongo —respondió Samara, sin mucho interés aparente en hacer las cuentas.

—Quizás fue un poco infantil para ti. Después de todo, ya eres casi una adolescente.

—No, no —respondió Samara rápidamente, notándose al fin una emoción en su rostro, aunque ésta parecía ser angustia—. Estuvo bien, en serio.

—Pues yo te agradezco que me hayas dejado verla, porque es de mis favoritas —indicó Jennifer, colocando con dulzura una mano sobre la de Samara para calmarla—. ¿Te gustaría elegir la siguiente?

—Sí, vamos, nena —le animó Max con ímpetu—. ¿Qué te gustaría? ¿Algo de acción? ¿Algo romántico? ¿Una de terror, quizás?

Esa última propuesta pareció poner nerviosa a la Srta. Honey.

—Eso no creo que sea apropiado —indicó con la firmeza propia de una maestra de escuela.

—¿Para ella o para ti? —bromeó Máxima, observando a su pareja con expresión pícara, y haciendo que las mejillas de Jennifer se ruborizaran. No era un secreto que no era muy fanática de ese tipo de películas, en especial las que eran demasiado sangrientas.

Escucharon ese momento como alguien llamaba a la puerta, tan repentinamente y con tanta fuerza que las tres saltaron un poco en sus asientos. Miraron en dirección al vestíbulo, y escucharon un segundo después que volvían a llamar de la misma forma.

—¿Será Matilda? —masculló Jennifer despacio.

—Ella tiene sus llaves —indicó Máxima, notándose algo de desconfianza en su voz. Se empinó rápidamente su botella, terminando de golpe lo poco que quedaba de su cerveza, y luego se puso de pie—. Iré a ver. Que Samara se quede aquí.

Jennifer asintió y rodeó a la pequeña a su lado con un brazo.

Máxima se dirigió con paso firme en dirección a la puerta. No era usual que recibieran visitas tan tarde en la noche por eso rumbos, aunque ciertamente muy pocas de las cosas que ocurrían esos días resultaban "usuales". Antes de abrir, extendió su mano para tomar un bate de aluminio tenía junto al perchero de la entrada, y lo acercó para tenerlo a la mano; sólo por si se ofrecía.

La persona al otro lado volvió a llamar otra vez con insistencia, justo antes de que ella abriera.

—Ya voy —masculló con molestia, abriendo al instante la puerta—. ¿Sí?

El repentino visitante se había volteado un momento hacia el camino de la entrada, pero en cuanto escuchó la voz de Máxima se viró de nuevo hacia ella, siendo sus grandes lentes oscuros lo primero Máxima notara, en los cuales se reflejaba su propio rostro.

—Hey, Srta. Honey —exclamó aquella persona con voz bastante animada. Era un hombre alto y de complexión gruesa, cabello oscuro muy corto, y una barba a medio crecer de un par de días de la que se asomaban algunas canas. Esbozaba al hablar una sonrisa tan grande y radiante, que Máxima no podía evitar sentirla forzada—. Qué bien se ve. ¿Se hizo algo en el cabello? Muy bonito.

—¿Y tú te hiciste algo en los ojos? —musitó Máxima con tono seco, y antes de que el extraño reaccionara, estiró su mano hacia él, quitándole esos lentes oscuros de la cara de un tirón.

Una vez sin los lentes cubriéndolo, y que sus ojos se lograran adaptar al cambio de luz, aquel individuo logró ver con mayor claridad a la persona que estaba delante de él. Y aunque en parte aún era evidente que dudaba, al parecer logró vislumbrar que en efecto no era quien había pensado en un inicio.

Resplandor entre TinieblasWhere stories live. Discover now