CAPÍTULO QUINCE

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Apolo paseó por la orilla y tiró otra piedra en el agua. Él estaba perdido en cuanto a cómo proceder con Lucía. Se sentía como un idiota por cómo se había comportado la otra noche, seduciéndola después de la cena y luego dejándose y dejándola colgada y seca cuando ella estuvo a punto de rendirse, cuando en realidad lo que quería era tenerla en sus brazos y confesarle que sabía la verdad. 

Pero no podía hacer eso. Lucía lo había engañado, manipulándolo a su antojo, y ahora tenía que desquitarse. Además, no podía confiar en ella. ¿Qué tipo de mujer enviaría a dos matones a golpear al hombre que amaba? No podía tolerar eso. 

—Nunca te había visto tan enfrascado en tus propios pensamientos, que ni siquiera sientes cuando otro dios se acerca. 

Apolo giró sobre sus talones y se enfrentó a su padre. Ese día, Zeus estaba vestido con pantalones cortos y una simple camisa polo, y hasta hacía lucir el atuendo como si venía directamente de una sesión fotográfica de moda. 

—Zeus, qué sorpresa—. Y no era necesariamente una buena. —¿Qué es esta vez? ¿Te has aburrido en el Olimpo, y has venido en busca de un pequeño polvo hasta aquí?— Sería bueno llamarlo por su nombre. 

 —Mi querido hijo... 

—No me gusta el sonido de eso—. Cada vez que su padre empezaba con esa frase, no estaba muy lejos de un sermón. —¿Por qué no te vas a molestar a alguno de tus otros hijos? 

Apolo aumentó la velocidad, con la intención de dejar atrás a Zeus pero él simplemente se rio y con facilidad apuró su paso al de Apolo. 

—Somos tan parecidos y tan diferentes. 

¿Diferentes? No, era una copia al carbón de su padre. No era de extrañarse que él mismo se odiara. 

—¿Y de qué manera somos diferentes, Zeus?— Él odiaba llamarlo padre, siempre lo había hecho. —¿Tal vez en la forma en que tratamos a las mujeres? ¿Tú te las coges primero, y yo las cojo después? ¿Eh? ¡Dime!— Escupió. —¿O tal vez crees que somos diferentes, porque tú llenas este mundo con tu descendencia y yo no? 

Apolo nunca había dejado a una mujer embarazada. No podía imaginarse tener un niño y luego dejarlo a él y a su madre, para valerse por sí solos, mientras que su padre lo había hecho ya tantas veces. Zeus asintió con la cabeza. 

—Veo que estás muy enojado en este momento. ¿Podría tener algo que ver con esa mujer? ¿Cómo se llama? Oh, sí, Lucía. 

El cuerpo de Apolo, se tensó. 

—¡Déjala fuera de esto y ve al punto! 

—Pero ella es el punto. 

Apolo se detuvo y se volvió hacia él. 

—¿Qué quieres? ¿Cogértela también? ¿Es por eso que estás aquí? ¿No crees que la he jodido ya por mis propios medios?— Se le hizo un nudo en el estómago. 

Cuando Zeus puso su mano sobre el hombro de Apolo, casi se muere del susto, sorprendido por el gesto inesperado. 

—Hijo, me temo que Hera ha interferido de nuevo. 

—¿Recién ahora te estás dando cuenta de eso?— Apolo ladró. 

La sola mención de su nombre le hizo hervir la sangre. 

—¡Ella me ha robado mi memoria! 

—Y yo te ayudé a recuperarla de nuevo—, afirmó Zeus. 

Apolo sacudió el hombro de su agarre. 

—No lo hiciste. Lo hice por mí mismo. 

Zeus, chasqueó la lengua. 

—¿Quién crees que envió la invitación para que encontraras a Tritón? 

UNA SONATA GRIEGAWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu