EL DIOS DE LA TORRE.

89 9 2
                                    


La pelea se detuvo cuando la vida le fue arrebatada, cuando su mirada enfocó a quien le importaba caer desde las alturas sin un solo indicio de estar con vida. El tiempo para él se detuvo cuando se dió cuenta de que su fuerza no fue suficiente para proteger a todos mientras luchaba y solo pudo ver cómo moría causa del ataque que tampoco pudo detener por su propia cuenta, cuando él estuvo demasiado ocupado con su propia pelea que descuidó algo muy importante.

El cuerpo sin vida yacía en sus brazos, la sangre bajaba por su rostro y goteaba sobre el ajeno, que también tenía demasiada sangre como consecuencia de las múltiples heridas causadas por el golpe directo a su cuerpo.

No tuvo tiempo de obtener una queja, ni una sonrisa o una última acusación de su parte por ser el causante de su muerte, deseaba eso, solo un último gesto con el que quedarse para que jamás se borrara su rostro de sus recuerdos, una última gesticulación para hacerle saber que no era culpable. Pero ni siquiera podía identificar su rostro entre la cantidad de sangre que tenía.

No pudo llorar su muerte, algo en su interior se removía y el cuerpo que abrazaba se desintegró en una ventisca cálida antes de sentir que sus propias entrañas explotaban.

Su cuerpo se levantó envuelto en una gran luz, sus compañeros, todos los que llamó amigos miraban desde abajo el evento, sorprendidos por el repentino cambio en el curso de la batalla, temiendo por sus vidas un temor más grande llenó sus almas al ver que el amigo que tanto habían venerado y protegido ahora los miraba desde arriba sin reconocerlos.

Nadie pudo prever aquel giro, todos creían ciegamente en el justiciero ideal para la torre, el que asignaría cargos conforme a la corrección de su juicio benévolo y su raciocinio sentimental.

Los enemigos también estaban asombrados, mirando la majestuosidad de la criatura que se levantaba de quién sabían actualmente, había muerto a manos del rey.

Los ojos dorados que antes proyectaban timidez, amabilidad y nobleza, ahora no estaban, era un completo desconocido, nadie tenía idea de porqué estaba así, lo único seguro, era que no podrían contra él, despedía una fuerza inhumana, solo posible de un verdadero dios.

Todos los que buscaban destruirse para después festejar una victoria o llorarlo por las consecuencias, se amotinaron en un solo grupo bajo la influencia de quién seguía creciendo en poder en el aire.

Alzaron la mirada, las maravillas de esa presencia daban temor a todos sin excepción, a pesar de la distancia, sus corazones palpitaban con descontrol, ahora debían unirse y olvidar los sucesos y motivos que habían llevado a esa guerra.

Los muertos aún flotaban por el lugar, el olor de la sangre dominaba todos los sentidos, los lastimados sentían sus heridas palpitar por el poder que se extendía cada vez más, pero eso era lo de menos, la criatura no se detendría si perdiera el control o tal vez lo había perdido en el momento que tuvo en sus brazos el cadáver de la persona que más amaba y deseaba mantener viva, y ahora que no existía más, parecía haberse desconectado de todo lo que alguna vez quiso proteger.

El ser levantó las manos, como si deseara tocar algo frente a él pero sin poder alcanzarlo. Tocó su cabeza y lo apretó con fuerza, parecía tener una lucha interna, murmuraba para si mismo o con algo que nadie veía, sus ojos parecían cambiar del reconocimiento al desconocimiento a cada instante, mirando a sus amigos con aprecio desconocerlos al segundo siguiente.

—¡No!

El grito rasgó el aire, pero vino acompañado de una ola que no parecía poder ser detenido por nadie, salvo los doce que se mantenían expectantes a la guerra.

El antiguo rey, los antiguos líderes, y Urek detuvieron con gran esfuerzo la ráfaga de poder que se extendió tras la resistencia del joven que los miraba con temor, odio y disculpas, cambiando de sentido por cada respiración.

EL DIOS DE LA TORRE.Where stories live. Discover now