Busco su mirada para demostrarle que hablo en serio. Sin embargo, sé que mis palabras no bastan. Logan suspira y esconde la nariz en mi cuello. Esta vez es diferente, porque ahora ya no hay nada sexual en ello. El ambiente ha cambiado drásticamente. Saca las manos de debajo de mi camiseta y me envuelve entre sus brazos. Yo aprieto los labios contra su hombro. Nos quedamos así, abrazados en silencio, durante lo que parecen horas.

Con el transcurso de los minutos, mi corazón va ralentizándose y nuestras respiraciones recuperan su ritmo habitual. Cuando Logan por fin se atreve a mirarme a los ojos, en ellos ya no queda ni rastro de ese deseo desenfrenado de antes. Ahora solo hay cansancio. Vergüenza. Y también un destello de culpa.

—Lo siento —musita con la voz ronca—. No sé qué coño me pasa.

—Está bien —contesto con dulzura.

Él se aclara la garganta.

—Debería...

—Deberías darte una ducha, ponerte ropa seca y venir a la cama conmigo. Estás helado. —Y, si ha venido directo del aeropuerto, debe de estar agotado también.

Logan deja caer la frente contra mi hombro.

—Llevo con fiebre un par de días —confiesa, y entonces todo encaja por fin. Debo contener el impulso de sacar mi lado sobreprotector y reñirlo por ser tan imprudente y haber venido pese a la lluvia y al frío.

—Te has puesto enfermo. Eso es lo que te pasa. —Le aparto el pelo húmedo de la frente para tomarle la temperatura. No me extrañaría que volviese a tener fiebre—. Dime que no has ido a trabajar en este estado.

Pero no necesito que conteste para saber que sí lo ha hecho.

—Creí que se me pasaría —se defiende.

—No suele funcionar así.

—Me va a estallar la cabeza.

—Te exiges demasiado.

—Ya, ya lo sé.

Suelta un suspiro de puro agotamiento.

Silencio.

—¿Leah?

—¿Sí?

—Puede que acabe de contagiarte la gripe.

Me entra la risa.

—Tienes suerte de que te quiera.

—Sí. Mucha suerte.

Lo que esconde esa respuesta me hace esbozar una sonrisita. Logan se endereza por fin. Sí que tiene mal aspecto. No puedo evitar preocuparme.

—Te quedas a dormir, ¿verdad? —Rezo en silencio por que diga que sí. Según tengo entendido, Mandy regresó a Hailing Cove hace unos días y no me gusta la idea de dejarlo solo en este estado. Al menos, si se queda conmigo, podré mantenerlo un poco vigilado.

—Solo si no estás muy enfadada conmigo por haberte dejado a medias.

—Sabes que eso me da igual.

Él ha utilizado un tono de broma, pero en mi contestación no hay más que sinceridad. Logan traga saliva y asiente con la cabeza.

—¿Has cenado? —le pregunto.

—En el avión. Hazte algo mientras me ducho.

—Vale. Aquí te espero.

Lo empujo con suavidad para animarlo a moverse. Logan aparta por fin, se pasa una mano por el pelo y recoge su camiseta del suelo antes de salir de mi cuarto. Ahora que se le ha pasado el efecto de la adrenalina, ya apenas le quedan fuerzas.

El arte de ser nosotros |  EN LIBRERÍASحيث تعيش القصص. اكتشف الآن