💀Capítulo 13. No te rindas con él

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Carmilla enarcó una ceja.

—¿Otros?

Nicte mostró una amplia sonrisa y sus ojos se abrieron con exageración.

—Sí, otros; Dorian, por ejemplo, es uno de ellos —contestó de manera vaga.

La vampira, sin humor de lidiar con el misticismo de su compañera, le dio la espalda y se cruzó de brazos.

—No sé qué es lo que vamos a hacer —admitió—. No podemos atacarlos y no podemos regresar con las manos más vacías que cuando nos fuimos. Nos matará por perder a su apreciada Anomalía 55.

—¿Estás segura de que no podríamos simplemente matarlos? —interrogó Nicte.

—Claro que no podríamos. —Se giró hacia ella—. De seguro llamarán a Rhapsody. Ni en un millón de años podríamos hacerle frente.

—Bien. —Nicte se puso de pie, alisando su larga falda de olanes—. Entonces seamos sinceras.

Carmilla entornó los ojos.

—¿Sinceridad con El Salvador? —Bufó—. ¿Acaso tienes un deseo suicida?

—No, y precisamente porque no lo tengo, digo que seamos honestas —sugirió—. Primero nos reprenderá y luego nos dirá cómo proceder.

—Solo podemos hablar con él en persona, será un desperdicio viajar hasta allá solo para eso —argumentó.

—Ay, Isabella, Isabella... —Chasqueó la lengua—. Es un solo mensaje, necesitamos un solo mensajero y solo una de nosotras puede ir y venir en cuestión de minutos. Saca tus conclusiones, vampira bonita.

Carmilla rodó los ojos. Por supuesto que a ella le quedaría la horrible tarea de ser la mensajera. Después de todo, solo los vampiros poseían la capacidad de transportarse a través del Torrente Sanguíneo. El método de transportación más veloz de la Sociedad Ulterior.

—Mierda —masculló.

De una patada, apartó una de las tres camas que se hallaban pegadas a la pared, dejando el espacio libre. Arremangó las mangas de su chaqueta carmesí y, con sus propios colmillos, se mordió el antebrazo, dejando que la sangre escurriera sobre su otra mano. Trazó una larga línea vertical en el tapiz, y pensó en la locación a la que quería ir: La Catedral Roja.

Tan pronto hizo esto, sintió el cuerpo ligero y flácido, sus extremidades perdieron fuerza y, al ver sus manos, notó como se disolvían para convertirse en sangre rojo brillante. Con una exhalación, cerró los ojos y se dejó llevar, siendo que, cuando su cuerpo se convirtió en nada más que un charco de sangre, perdió toda sensibilidad, como una breve muerte, pero consciente de todo. Pasaron unos instantes y poco a poco volvió a sentir cada fracción de su ser, cada músculo, hueso, tejido y órgano. Era incómodo, incluso algo doloroso, pero la reconstrucción era tan rápida, que no le daba tiempo de asimilarlo.

—Regresaste. —La recibió la voz del Salvador.

Carmilla abrió los ojos y se encontró en la entrada de la Catedral Roja. El Salvador se hallaba en el altar, estudiando al vampiro colgado en la cruz mientras en una de las bancas tenía un tocadiscos reproduciendo la Misa de Réquiem de Mozart, aunque este murió antes de completarla, por lo que el compositor Franz Xaver Süssmayr la finalizó por él. Era una bellísima pieza que se usaba tras el fallecimiento de alguien.

Carmilla no pudo evitar sentirlo como un mal presagio. Exhaló discretamente y se encaminó hacia el altar donde se hallaba su jefe.

—Mi Salvador —comenzó—. Necesito...

Vampire AnomalyWhere stories live. Discover now