—Eres tú.

—¿Yo?

—Eres... Como un germen en mi cerebro que lo carcome todo y se apodera de mi sukin syn raciocinio.

Sinaí aguantó un momento, o eso intentó, hasta que ni la mano en su boca le impidió soltar la risa.

—¿Un germen, en serio? —inquirió ella sin dejar de reír—. El romanticismo tuyo es otro nivel.

Axer suspiró y miró en otra dirección avergonzado.

—Esto se me da fatal, tenme paciencia.

—Se te da mejor que a mis demás pretendientes, al menos —dijo ella levantando sus lentes para secarse los lagrimales—. He recibido muchas flores, pero ninguna las conservo. Solo las rosas que me diste de manera tan poco convencional.

Entonces Axer volvió su rostro hacía Sinaí, un movimiento tan brusco como la demanda en su mirada.

—¿Cuántos pretendientes tienes, Nazareth?

—¿Por qué? ¿Te preocupa que puedan retarte a una justa por mi mano?

Él le restó importancia con un bufido.

—Si lo que quieres es un hombre que pueda ganar una justa a muerte, ve a buscar a ese neandertal en una jungla. Cuando consigas a alguno que pueda ganarme el Nobel, superar mi promedio en la OESG y mi récord de operaciones y resurrecciones exitosas, entonces hablamos.

Cruzando sus brazos, Sina empezó a negar con la cabeza. Sus ojos tenían una curiosa mirada entre la burla y la admiración.

—Tu ego es lo que claramente es difícil de superar.

—Estoy de acuerdo. ¿Olvidaste que tuve que operarle el ego a uno de tus pretendientes? Si ese es el promedio, no tengo de qué preocuparme.

—¡Axer!

—Tú empezaste.

Al verlo caminar en su dirección Sinaí sucumbió a un ataque de cobardía y retrocedió hasta quedar pegada a la encimera. Miró hacia atrás y se describió sin escapatoria, y al voltear de nuevo se tropezó con la mirada de su perdición.

Él la tomó por el cuello con delicadeza. Estaban tan cerca que ella por instinto entreabrió los labios esperando el beso.

—La próxima vez que quieras darme celos, Nazareth —susurró él—, procura convencerte primero a ti de que en serio podrías conformarte con cualquier peón teniendo el sukin syn tablero a tus pies.

—¿Tú eres el tablero?

—Y tú mi reina.

Ella cerró los ojos y aspiró su aliento. Respirar era necesario si no quería sufrir un ataque inmediato a su desbocado corazón.

—Lo sé —contestó ella. Sus ojos todavía cerrados, su sonrisa sugerente—. Te gané en ajedrez, ¿o no?

Entonces él apretó más fuerte su cuello.

—No puedes seguir presumiendo esa estupidez, Nazareth. No te conocía, me tomaste con la guardia baja. No podrías repetir ese jaque ni aunque practicaras toda tu vida para ello.

Fue cuando decidió soltarla y se alejó un paso para dejarla recobrar la respiración.

—Eres tan competitivo como mal perdedor, Axer Frey —espetó ella.

—Es parte de mi encanto —dijo él con un encogimiento de hombros.

—¿Encanto? ¿Cuál encanto?

—No lo sé, tal vez el que te sonroja cuando te miro por demasiado tiempo. El que te pone a temblar las piernas sin que haga falta tocarte, el que vuelve pesada tu respiración y entrecortados tus suspiros cuando me acerco. ¿Ese encanto?

Nerd 3: rey del tablero [+18]Where stories live. Discover now