CAPITULO III

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A la mañana siguiente, apenas levantarse de la cama, Ángel lo abordo con su entusiasmo por el tema de la navidad. Le dijo que se vistiera con ropa abrigadora y que luego del desayuno saldrían para ir de compras, iba a decir que así estaba bien, que el frio no le molestaba demasiado pero tuvo que callarse (para evitar conversaciones incomodos) y obedecer. Se puso la gabardina gris (que odiaba, dicho sea de paso) una bufanda negra e incluso una tonta gorra para cubrirse las orejas.

Desayunaron magdalenas y un batido de plátano de esos que Ángel compraba en el supermercado para que llevara a la escuela. Le gustaban mucho, pero en ese momento su incomodidad por la situación era demasiada como para ser superada por el dulce sabor de una bebida o unos pedacitos de masa llenos con nuez y avellanas. Aun así, comió lo normal para cualquier día y no inicio ninguna pelea con su padre.

Por ese momento...

Así que apenas terminaron de desayunar, Ángel se puso tras el volante y como la cantidad de nieve había aumentado considerablemente en los caminos, tuvo que conducir lo más concentrado y cuidadoso que pudo. Ninguno de los 2 saldría herido en un accidente (no realmente) pero eso no significaba que fuera a arriesgarse. Con la mirada bien puesta en el frente, no se dio cuenta de lo infeliz y poco emocionado que su hijo se veía.

El chico se mantenía cruzados de brazos, con la mirada distraída en la ventana que tenía a su lado. El vidrio estaba empañado así que solo podía ver algunas sombras y formas distorsionadas de las cosas que dejaban atrás, una metáfora perfecta de cómo se sentía.

Celebrar la navidad, se sentía bizarro.

Se sentía mal.

Y se sintió peor en el momento que entraron al centro comercial y Ángel lo llevo directamente a la sección de ropa para ponerle cada camisa y jersey que encontraba a su paso, en un clásico intento de determinar si le quedaría o no.

— ¿Qué—e haces? – le pregunto tras quitarse la 8va camisa de encima, odiaba que su padre lo tratara como un simple muñeco de plástico al que podía vestir a su antojo. En especial cuando ya habían hablado de ello y acordado que no lo haría de nuevo.

— Estamos de compras, campeón. – dijo el vampiro, todo sonriente y sin perder la oportunidad de medirle otra camiseta.

Demian puso los ojos en blanco, exasperado.

— Pero creí que vendríamos a comprar adornos.

— Y lo haremos... — le midió otra prenda, ahora una camisa café. – Pero ya que estamos aquí, igual debemos aprovecharlo.

— Pero no necesito más ropa, ya tengo mucha. – protesto el chico.

Ángel le miro como si estuviera loco.

— Hijo, yo te compre esa ropa y se perfectamente bien que no es suficiente. En especial la ropa abrigadora, solo te compre un abrigo la vez pasada.

— Si y eso es más de lo que tenía puesto el año pasado.

Ángel tomo un respiro, por supuesto que el chico tenía la razón y eso le hizo sentir fatal. Recordaba perfectamente la ropa sucia y rota que llevaba puesta cuando lo conoció, y no quería siquiera empezar a imaginárselo a los 13 años con vestimentas peores.

— Lo sé... – Dejo la camiseta que sostenía en las manos de vuelta en su lugar y le puso las manos sobre los hombros. — Y no tienes idea de lo mucho que lamento eso.

— Es que no tienes que...

— Hijo, sé que no te gusta sentir que te tengan lastima y no la tengo... Al menos no la forma en que tú piensas.

ANGEL & DEMIAN: HOME SWEET HOME (Especial de Navidad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora