dos: hueles a sopa y a soledad.

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Aparentemente el pequeño diego no sabía muchas cosas por el simple hecho de ser un niño de apenas meses. pero lo que los demás no sabían, era que su sentido animal interno se estaba conectando cada vez más con su naturaleza humana.

pronto se sabría su casta, y su padre y hermano no podían estar más emocionados por saber. a Diego, claramente, no le importaba mucho puesto que no sabía ni siquiera que significaba eso. le daba igual ser un alfa o un omega, pero las predicciones apuntaban a que seria un omega pequeño.

ahora mismo pasaba el rato sentado sobre las piernas de su padre, Guillermo, el cual acariciaba su cabello extrañamente lacio con sus grandes manos algo ásperas por culpa de las labores domésticas.

Diego admiraba el mundo de una manera diferente, a sus ojos todo era grande y extremadamente alto. su meta más grande fue colgarse de los brazos de su padre como un pequeño monito, y aunque fuese aún muy pronto, soñaba con dar sus primeros pasos.

—guillermo. —la vocecita de kevin se escuchó por la sala de estar, el niño mayor se encontraba sentado en la isla de la cocina mientras comía una mandarina.

el adulto rodó los ojos juguetón. —por milésima vez, no me digas guillermo, para ti soy "papá" o "pa" o "papi" como sea pero si me llamas por mi nombre es un poco irrespetuoso, cielo. —explicó con el cariño suficiente, tomó a Diego en sus brazos y se levantó para acomodarlo en su cuna, el bebé ya estaba por quedarse dormido.

—está bien, Guillermo. —dijo solo para molestar a su padre, el cual le hizo caso omiso. —bueno te quería preguntar algo, papá. —se levantó de la isla para caminar lentamente detrás de su padre, caminaron a la habitación de los pequeños, y kevin observó como guillermo besaba la frente de su hermanito.

él ya no hacía eso con Kevin...

—¿qué cosa, cariño?

kevin lo pensó un poco. aquel omega apestoso le había caído algo bien, aún había algo en él que no le cuadraba, y era la forma en la que miraba a su padre.

—¿crees que ya haya llegado el gas del vecino? —le preguntó mientras jugaba con sus deditos.

—no lo sé, cariño, ¿por qué?

kevin y su padre caminaron fuera de la habitación para sentarse ambos sobre el gran sofá de la sala. verían algo en la televisión como acostumbraban.

—¿qué tal si está solo? ¿qué tal si tiene hambre? —le dijo con cierto tono de preocupación. no le importaba en lo más mínimo el omega solitario que tenía por vecino, solamente quería probar nuevamente de la sopa que había preparado. le recordaba a su casa, a la madre que jamás tuvo.

habían pasado unos cuantos días desde que Lionel se pasó por su casa, y extrañaba aquel olor que alguna vez consideró "feo". pero era cierto, no era precisamente tentador.

—debe de estar ocupado haciendo sus cosas, kevin, nuestro vecino debe de ser un chico ocupado.

pero Kevin lo dudaba.

—quiero que vuelva a venir, quiero comer sopa de fideos de la que él prepara. —pidió, y Guillermo le bajó en volumen a la televisión.

—yo la puedo hacer, hijo.

Entonces kevin negó rápidamente. —no, yo quiero de la que hace Lionel.

cuando a su hijo se le metía una idea en la cabeza, era prácticamente imposible sacársela. guillermo lo pensó un poco, y al final decidió ir a tocar la puerta de su vecino.

dos toques y nadie abría, así que cuando estaba listo para rendirse, lionel abrió la puerta rápidamente.

—¡hola! —saludó Guillermo.

el teorema del fideo [messi x ochoa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora