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Un silencio un tanto tenso se instaló en el variopinto grupo que conformábamos

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Un silencio un tanto tenso se instaló en el variopinto grupo que conformábamos. El príncipe heredero parecía ser el único que estaba disfrutando del momento, a juzgar por la resplandeciente sonrisa que lucía en su rostro; la postura de Rhydderch estaba cargada de tensión y su prometida contemplaba a Máel Taranis con el ceño fruncido.

La reina se aclaró la garganta, esbozando una diminuta sonrisa que pretendía ser educada. Era la primera vez que lo hacía en mi presencia y aquel simple gesto pareció suavizar la dureza de su expresión.

—Calais, estáis resplandeciente —la alabó, contemplándola con un aquel mismo afecto que había visto en los ojos del rey.

—Como un fénix —apostilló su hijo mayor, sin perder la sonrisa.

Vi cómo la aludida sonreía, comedida, bajando la cabeza con actitud atribulada por el cumplido que parecía haberle dedicado el príncipe heredero.

—Vos también estáis encantadora esta noche, lady Llynora —añadió la reina, antes de que sus ojos azules se fijaran en mí en último lugar—. Lady Verine, espero que disfrutéis de la noche.

Agradecí sus buenos deseos con un leve asentimiento, sin darle importancia al diferenciado trato que me había dedicado frente a Calais y su dama. Otro momento de incómodo silencio creció de nuevo en el grupo mientras el resto de invitados no perdían detalle de nosotros.

—Veo que mi padre aún no ha llegado, fiel a sus costumbres —comentó entonces la prometida de Rhydderch, con la nariz fruncida mientras escaneaba todo el salón en su búsqueda; aquello pareció aligerar un poco el ambiente, a juzgar por la expresión divertida de los monarcas. Luego clavó sus ojos verdes en el fae cuyo nombre desconocía, el de gesto casi hostil—. Siempre es un placer volver a coincidir contigo, Kell. Ha pasado un tiempo desde la última vez.

El aludido sonrió con amabilidad, dejando a un lado su aire molesto. Mi cuerpo se tensó de forma inconsciente al notar que sus colmillos eran un poco más afilados que los del resto.

—No podía perderme un momento tan señalado —respondió con una cercanía que delataba una relación de años.

Máel Taranis palmeó el hombro del chico con una sonrisa socarrona.

—Prácticamente le suplicó a su madre que lo enviara como emisario para estar hoy aquí —bromeó.

Estudié a Kell mientras el príncipe heredero y el emisario cruzaban un par de comentarios jocosos. Había algo en aquel fae... algo diferente, aunque no supiera muy bien el qué. Además del hecho de que sus pupilas tampoco parecían tener el regio círculo dorado que compartían el rey y sus dos hijos.

Mis mejillas enrojecieron de golpe cuando sus fríos ojos azules se clavaron en los míos, descubriéndome en mi constante escrutinio.

—Aún no nos han presentado formalmente —dijo, dirigiéndose a mí.

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