Capítulo 126. Haré que valga la pena

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Los tres avanzaron entre las dos filas de camillas, la mayoría desocupadas en esos momentos, hasta colocarse delante de la tercera del lado derecho. Ésta se encontraba ocupada por la persona en cuestión, una mujer joven, de rostro delgado y facciones finas, de piel pálida como nieve, con algunos lunares notables adornándola. A pesar de llevar al menos dos días inconsciente, sus cabellos castaños rojizos se veían brillantes y acomodados, casi como si alguien se hubiera tomado la molestia de lavarla y peinarla recientemente.

El médico encargado tomó de los pies de la camilla el expediente y lo hojeó de manera rápida para ver si acaso había algún dato nuevo que se le hubiera pasado. Sin embargo, no lo había; todo seguía siendo casi igual al último vistazo que había dado la noche anterior.

—No sabría asegurarles cuánto tiempo le tomará despertar —suspiró el doctor, colocando de nuevo el expediente en su sitio—, o si lo hará siquiera. Si sigue sin reaccionar, tendremos que trasladarla a un área de cuidados más especializados.

La Det. Hills se aproximó a un costado de la camilla, para poder contemplar más de cerca el rostro de aquella mujer, plácido y tranquilo, sin ninguna señal de dolor o incomodidad. De hecho sus mejillas presentaban un rubor natural saludable, al igual que el llamativo rosado de sus labios, que no se veían para nada resecos o agrietados. Si no fuera por sus ojos cerrados, los vendajes que envolvían su cabeza y brazo, y todos los aparatos que tenía conectados, uno creería a primera vista que se encontraba totalmente sana.

—Pobre chica —masculló Samantha en voz baja para sí misma.

Samantha Hills tenía ya para esos momentos casi quince años de experiencia como detective de la Policía de Los Ángeles. Aquella desconocida no era ni de cerca la primera víctima con la que le tocaba lidiar; viva, muerta, mujer, hombre, encontrada a la orilla del río, habitación de hotel, portaequipaje de un vehículo... No creía haberlo visto todo en absoluto (y cada nuevo caso parecía de alguna forma confirmarlo), pero sí lo suficiente. Y, aun así, había algo en aquella mujer que le causaba desde la otra noche una opresión en el pecho de congoja cada vez que la veía. Casi como si sintiera personal el verla en ese estado, como si fuera su hija o su hermana, y no una completa extraña.

No podía decir con seguridad por qué sentía eso, y quería convencerse a sí misma de que no era tan superficial como para que fuera sólo por lo bonita que era; casi como una hermosa muñeca hecha con las delicadas y cuidadosas manos de un artesano. Una hermosura que le parecía ciertamente irreal. Pero encima de eso, era por mucho una chica fuerte. Recibir esos disparos, ese horrible golpe en la cabeza, caer al agua, y aún así salir de ahí con vida... Era una muestra impresionante de su deseo por vivir.

¿De dónde había venido? ¿Quién era en realidad? ¿Quién la odiaba tanto como para hacerle eso? Todas esas eran preguntas que Samantha quería de alguna forma resolver, y deseaba con una intensidad casi desbordada que abriera sus ojos y poder preguntárselo directamente; escuchar al menos una vez cómo sonaba su voz.

—¿Qué arrojaron los análisis? —escuchó de pronto que la voz de su compañero preguntaba con seriedad, sacándola de golpe de su ensimismamiento. Samantha apartó la mirada, se talló discretamente un ojo con sus dedos, y se dirigió de regreso a lado de Arnold.

—El examen de agresión sexual salió negativo —le respondió el médico—. Claro que el agua podría haberse llevado mucha de la evidencia, pero no presenta ninguna laceración, hematoma o algún otro signo esperado. De hecho, no presentó ninguna herida adicional a los disparos y el golpe en la cabeza al caer al canal.

—¿Y el examen toxicológico? —preguntó el Det. Stuart un tanto impaciente—. ¿Encontraron algo en su sangre?

El médico pareció ponerse un poco tenso al oír esa pregunta. Carraspeó un poco, y luego intentó responder con la mayor naturalidad posible.

Resplandor entre TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora