Capítulo 2

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Hay un sentimiento que jamás pensó que recorrería por sus venas. Era la primera vez que se sentía tan insignificante como una simple hoja, esas que caían en otoño sin que nadie les eche un segundo vistazo. O como la humedad que se empañaba sobre un vidrio, rebajándose en gotas hasta evaporarse. Pareció carcomer todo su interior en un segundo, surgiendo desde lo más profundo. Estaba temblando, pero no era el frío lo que la hacía tiritar.

—Su tiranía no es requerida, usted ha herido a una persona que tan solo busca vivir. —El vaho se hizo más prominente, escapándose entre sus labios.

El emperador la observó conocedor, como si acababa de presenciar lo más interesante que jamás hubiera visto en siglos. No apartó la mirada de ella, ni siquiera cuando descendió ágilmente del caballo, revelando así su clara diferencia de altura, lo cual resultó intimidante. Avanzó, provocando que aquellos que observaban, con manos cubriendo sus bocas, se pusieran cada vez más tensos.

—¿Vivir? En un mundo en el que todos mueren con tanta facilidad, ya sea por hambre, por los radicales cambios de clima o enfermedades incurables. ¿También desearías vivir así? Le he hecho un favor, deberías agradecérmelo.

El tono de su voz pareció casi burlón, haciendo que un estremecimiento recorriera toda la extensión de su espalda, agitando cada uno de sus nervios.

—No está en sus manos adivinar si yo o él deseamos vivir, incluso cuando todo esto pueda parecer un martirio. ¿No es usted el que debería arreglarlo todo? El emperador, el gran salvador, así le llaman sin saber la poca empatía que tiene por su gente. —Shirin parecía comenzar a quedarse sin voz, de un momento a otro, su garganta fue atacada por picazón, como si estuviera amenazando con cerrarse.

El emperador dio un paso más en frente y su mano la tomó de la mandíbula, fue veloz, demasiado, pero lo que le sorprendió no fue aquello, sino el ardiente toque de su piel contra la suya. Sentía que se derretiría, le quemaría y dolería.

—Hablas sin saber, no eres digna de conocer la verdad del ciclo de nuestras vidas haciéndome ver como el villano de una historia mal contada. —habló entre dientes, afianzando su agarre—. Pronto lo verás, pues no ha de ser nadie más que tú.

Al soltarla, el emperador continuó caminando, y Shirin quedó allí tiesa, ¿había algún sentido coherente en sus palabras? "No ha de ser nadie más que tú". Las preguntas que querían salir a flote quedaron sofocadas, pues una nueva interrupción la sorprendió.

—Siga usted al emperador. —ordenó uno de los soldados, su tono era amenazante, no parecía ser aquello una opción.

Revelarse contra algún guardia real podía ser tan perjudicial como hablar públicamente sobre las decisiones del reino; en el mejor de los casos salías con vida. Por esa misma razón, no se resistió y caminó insegura de su propia elección, incluso cuando algunos de los presentes intentaban llamar su atención para disuadirla. Acababa de refutar la palabra del emperador, el pronóstico no parecía prometedor.

¿Podía el orgullo ser más que la razón?

Su expresión cambió drásticamente al ver que el emperador se dirigía hacia la cabaña en la que residía. ¿Era coincidencia? ¿Cómo sabía que vivía allí? De todas las preguntas que podría estarse formulando ahora, la más angustiante era velar por el bienestar de Leila, pues por mucho que se negase, el emperador Kaveh era un hombre vil.

Comenzó a caminar más de prisa, ignorando las voces agitadas de los guardias que intentaban detenerla. El emperador estaba en la puerta, su mano tomó el pomo de madera y Shirin corrió. Temía que, por enseñarle una lección, hiciera algo que le destrozaría el corazón. ¿Y si incendiaba la casa con Leila dentro? Así como hizo con el hombre hace unos instantes, sin remordimiento alguno.

Los secretos de la herederaWhere stories live. Discover now