Prólogo

13.1K 542 19
                                    

No era la primera vez que iba de cena con la familia, pero si me extrañó que mis padres me llevaran a un sitio tan diferente. Aclaremos, nunca habían sido de delicatesen ni restaurantes caros, pero cuando entré allí no pensé que fueran uno de ellos.

Me extrañó que se sentaran directamente en una gran mesa, y que ávidamente se sirvieran platos, tan extraños en ellos, como la langosta. Los cocineros sacaban las exquisiteces y las exponían en extensos buffets de mesas pulcras y ordenadas, procurando siempre mantener a los comensales contentos. Yo me senté frente a ellos, y aunque me sorprendió su actitud, como si servirse y comer en un lugar así, fuese algo cotidiano en ellos, no quise darle demasiada importancia. Y aún le di menos, cuando el resto de acontecimientos eclipsaron aquello. No sé si sería la falta de hambre, o la vergüenza que sentí por ellos. El caso, es que me levanté de la mesa y me dirigí al servicio. Atravesé el restaurante, entre las mesas más alejadas del buffet. Me sentí observada por aquellas personas de trajes caros. Yo sabía que no pertenecía a aquel lugar, y ellos también. Conversaban entre ellos, así que decidí no hacerles caso. No estaba a gusto allí, así que tenía decidido decirles a mis padres que lo sentía mucho, pero que me encontraba mal y me retiraba, y era verdad. Sentía el estómago tan cerrado que no habría podido comer. Cuando apoyé la mano en la manilla de la puerta del aseo, escuché una voz susurrarme muy cerca de mi oído.

-          Hueles muy bien.-

Sentí como mi corazón dio un salto dentro del pecho, como si quisiera salirse. Con un valor que no sé de dónde salió, me di la vuelta y miré a  aquel hombre. Era alto y delgado, de piel muy clara. Sus ojos eran negros como el carbón, y muy brillantes. El pelo también era oscuro, pero en aquel momento no me importó especificar si negro o castaño. Llevaba un traje de los caros, y olía demasiado bien, a perfume de hombre de los caros. No me atreví a entrar en el baño, ¿y si me seguía?. Si permanecía a la vista de todos no se arriesgaría a hacerme nada, ¿verdad?. Así que me di la vuelta y comencé a caminar a paso rápido hacia mis padres.

Volví la cabeza sólo una vez, para ver si el hombre me seguía, pero no lo hizo. Se había detenido y tan solo me observaba mientras sonreía. Pero no era una sonrisa cálida, o siquiera dulce. No, aquella sonrisa me dio miedo. Me imaginé a un enorme lobo, mirando un gran chuletón de carne sangrante antes de comérselo. Y no iba muy desencaminada.

No pasó mucho tiempo hasta que descubrí que había sido vendida. Mi propia familia me había llevado hasta la cueva del depredador. 

En pocos días, mi sencilla y confortable vida, desapareció.

Por aquel entonces, estaba casada y tenía un niño de 4 años. El día de la cena, padre e hijo estaban en casa de mis suegros (con los que no me llevaba muy bien, todo hay que decirlo), en una visita familiar a la que preferí no ir. No, no habíamos discutido, tan solo teníamos un tácito acuerdo. Él no venía a las reuniones con depende que familiares míos, y yo no iba a las reuniones con depende que familiares suyos. Era un buen sistema. Así evitábamos  roces innecesarios.

Y de repente, todo aquello, desapareció.

Y el miedo ocupó mi vida.

Soy suya, su "Trufa Blanca" (En pausa, esperando inspiración)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora