La magia del verano

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Mientras que en el hemisferio norte del planeta es invierno, en el sur es verano. Con un sol abrazador y la mayoría de la gente disfrutando de sus vacaciones.

Vacaciones. Ese momento del año que todos esperan durante meses para viajar, descansar y disfrutar. Las playas son las más elegidas para la pausa anual de obligaciones cotidianas, y suelen recibir personas de todo el mundo.

El año pasado una de esas personas que llegaron a la Playa de Magdalena con deseos de escaparse de la rutina existencial fue Nahia Ferragni.

Llegó con su familia un viernes caluroso de diciembre, con planes de quedarse hasta el fin de temporada en febrero. Ya tenían todo planeado: habían alquilado un casa en la parte menos concurrida de la playa y también un vehículo todoterreno para pasear por la ciudad que está a unos diez minutos.

Recorrer la metrópoli fue lo primero que hizo acompañada de sus hermanas mayores. El lugar no le pareció la gran cosa, estaba acostumbrada a las grandes urbes de Nueva York, donde vivía desde los dieciséis años, o Buenos Aires, lugar en el que nació.

Sin embargo se había enamorado de la tranquilidad, a pesar de ser una ciudad turística no había gente amontonada por todos lados ni vehículos atascados en las calles tocando sus bocinas. Nahia llegó buscando eso, un poco de paz.

Y mientras sus padres y sus hermanas pasaban el día en el shopping local y las noches en fiestas, Nahia prefería quedarse en la casa escuchando música y aprendiendo nuevas recetas de comida. También disfrutaba del sol, y en pocos días adquirió un fuerte y cuidado bronceado que hizo resaltar sus ojos verdes.

De noche disfrutaba la brisa costera mientras veía alguna película o hacía planes para el día siguiente. Cerca de la playa hay cerros boscosos, por lo que el senderismo era su actividad a desarrollar.

Pero en la soledad oscura de las noches siempre podía ver una fogata encendida en la playa. Le parecía raro pues a esas horas ya nadie anda cerca del agua. Quizá era algún turista o un ciudadano; como sea no se atrevía a averiguarlo.

Un día cedió ante la insistencia de sus hermanas y pasó todo el día comprando ropa y otras tonterías que les parecía atractivas. Nahia era también aficionada a la astronomía y varios lugareños le habían dicho que el lugar es perfecto para la observación del cielo, por lo que no perdió la oportunidad de adquirir unos prismáticos.

Comenzó a pasar las noches observando el firmamento mientras en su teléfono reproducía videos de expertos astronómicos para guiarse. Y en una de esas tareas, bajó su vista hacia la playa y volvió a ver la luz del fuego.

Esta vez pudo ver gracias a su herramienta al responsable de la fogata y para su sorpresa se trataba de un simple muchacho. Le pareció que ya lo había visto en algún lado, quizá en la ciudad, pero con tanta gente por ahí tal vez lo estaba confundiendo con alguien más.

Esa vez decidió indagar. Se puso una remera sin mangas y un pequeño short de gabardina, se calzó sus ojotas y salió a la playa. No tardó mucho en acercarse a la pequeña hoguera, aunque se mantuvo a una distancia considerable.

Desde la penumbra observó con atención al muchacho: cabello oscuro corto y lacio, un cuerpo ancho y delgado – aunque podía verse una barriga redonda – y posiblemente alto aunque a Nahia todos los hombres le parecían altos al lado suyo. La piel trigueña le indicaba que era un lugareño.

El rostro serio y pensativo del joven hizo que Nahia dude sobre acercarse más, pero cuando inesperadamente él giró su cabeza y la vio supo que no tenía escapatoria.

— Hola — dijo Nahia acompañando con un gesto de saludo y se acercó lentamente al fuego.

— Hola — respondió cortés el muchacho.

La magia del veranoWhere stories live. Discover now