—Igual… —murmuré— ¿A qué vino?

Carla resopló cabreada.

—Mis papas le pidieron que viniera en reemplazo a ellos, con la excusa de que no podría cuidarme sola esos dos meses que ellos se encontrarían fuera —dijo en un tono cansado—. Ya sabes, cosas de padres y sus “bla, bla, bla”

Solté una risita.

Seguí alisándome el pelo, la llamada ya se había dado por finalizada y yo continué más apresurada que nunca en terminar de quedar presentable.
No veía necesario el hecho de arreglarme tanto, quizá todo ese esfuerzo se iba a la basura al momento de subirme a esa moto y dar vueltas por la ciudad.

Una vez lista, me apliqué mi bálsamo en los labios para evitar resequedad, mamá siempre decía que era una de las cosas más importante de la mañana, así que como todos los días, lo hice y sin pensarlo dos veces salí del lugar.

Cerré las puertas y bajé por las escaleras hasta llegar al primer piso. El cielo nuevamente se encontraba nublado, y no me gustaba para nada el hecho de andar en moto con un frío así. Nunca había andado en moto, pero suponía que era igual de fácil que manejar una bicicleta.

Comencé a caminar por la calle en donde llegaran los rayos de sol más posibles, si bien amaba el frío, un poquito de calor no me haría mal.
Aunque para mi mala suerte, el sol estaba completamente tapado por nubes, y lo único que se podía evidenciar de su presencia, era la escasa iluminación que traspasaba dichos montones de vapor.

Seguí mi camino hasta llegar a la tienda, era una tienda a tres cuadras del departamento, medianamente grande y con un diseño muy colorido, creo para llamar la atención entre la tan apagada calle.

Hacían y repartían pizzas, por lo que no era mi trabajo ideal, si había algo que más odiaba en esta vida, eran las pizzas, no era capaz de entender cómo podían mezclar el sabor de la salsa con el queso y las demás cosas en una masa. Simplemente no me gustaban, y por más que haya intentado darle una oportunidad en diversas ocasiones, me seguían pareciendo un asco.

Sin decir que no eran para nada saludables.

Al abrir la puerta, un hermoso y muy acogedor sonido de campanilla avisó a los presentes que se encontraban ya en la cocina.
Era una pizzería nueva, y eso lo confirmaban las decoraciones del interior, las cuales aún no estaban terminadas.

—¿Hola? —dije en un tono medianamente alto.

La puerta que daba entrada y salida a la cocina, se abrió al instante, un chico alto de pelo negro se encontraba estupefacto al verme.

—Hola —dijo sin prestarme mucha atención—. Lo siento pero estamos recién abriendo, los pedidos se reciben después de medio día —informó.

—Yo vengo a…

—El número de nuestro local está puesto en la pantalla de afuera, ahí se reciben los pedidos desde las ocho de la mañana —continuó.

—No quiero un pedido…

—De lo contrario… —Parecía no prestarme atención— Si desea realizar su pedido aquí, no hasta después de las doce… medio día.

—¿Hola?

El chico se detuvo en seco y me observó con una cara de “¿por qué todavía sigues aquí?

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⏰ Huling update: Feb 20, 2023 ⏰

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Un sentimiento en la lluvia ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon