Undécimo Asalto 1️⃣1️⃣

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     —Parece que se te da muy bien —contesta cogiendo un sándwich.

     —En mi defensa diré que no siempre lo hago.

     —Ya, claro, como lo del coche de antes ¿no?, ¿estudiaste griego en la universidad, en serio? Si yo solo con el alemán tardé años en entenderlo.

     —No te miento. Fue un curso, lo primordial. Me especialicé en otros idiomas y hablo lo imprescindible del griego.

     Me sabe mal no decirle el resto, pero entenderá que no vaya por ahí contando mi vida de estudiante en las escuelas privadas que estuve de Alemania y Suiza.

     —¿Como cuáles? —Sigue comiendo.

     —Pues aparte de lo normal, que son inglés y francés, me defiendo en portugués, ruso y chino. Hablo alemán porque es mi lengua paterna y español la materna.

     —Vale, ahora sí que te ríes de mí. ¿Chino?

     Me río, sí, pero de verlo tan sorprendido.

     Y así es cómo me encuentro contándole retazos de mi pasado, del motivo por el cuál hablo ahora tantos idiomas.

     Me descubro de mejor humor por decirle parte de mi verdad sin ocultarme demasiado esta vez. ¿Significa eso que tengo ganas de compartirla del todo con él, precisamente? Nunca antes lo hice con nadie que conociese y es que ya sabemos que por el interés te quiero, Andrés. Aunque yo me llame Paola y lo que quieran los demás sea mi corona.

     Hugo me oye, interesado, y me interrumpe solo para ampliar información sobre el gimnasio. A cambio yo le pido que me hable de su carrera, su trabajo o su familia. De la mía no hablamos en ningún momento, no creo todavía oportuno decirle que el Duque de Baverburgo es mi padre o que heredaré el Ducado algún día.

     —Quería que el gimnasio compitiese a nivel internacional como aliciente para los chicos del barrio, y para eso tenía que leer contratos y cláusulas que evitaban que nos pudieran estafar.

     —Es interesante tu elección laboral, nunca lo hubiera imaginado. ¿Cómo se te ocurrió la idea de abrir un gimnasio para chicos...?

     —¿Problemáticos?

     —Peculiares —dice Hugo a tiempo de no parecer un snob.

     Y a mí de nuevo me gusta esa apreciación de él. Sonrío. ¡Claro que mis chicos son peculiares!, nada tienen en común con los que yo conocí en los internados, o con los que estudian en otros barrios sin otra responsabilidad que un móvil de última generación o el viaje que harán al acabar el bachillerato. Bastante tienen ya con estudiar entre los problemas de sus casas, del propio instituto o de las calles, sin salir problemáticos ellos. De eso ya me encargo yo con las clases del gimnasio.

     No contaba con la emoción que supone acordarme del inicio de mi andadura profesional y el motivo de haber llegado hasta aquí tras abandonar Alemania, cuando decidí que jamás me partirían el corazón, de nuevo, y que antes de que vuelva a ocurrir, yo partiré la cabeza del que lo piense siquiera.

     Casi se me saltan las lágrimas y todo cuando he mentido a Hugo, no puedo decirle todavía que estoy aquí porque necesito ocultarme de la prensa alemana que tan despiadada fue conmigo tras la ruptura con Jürgen y que este barrio fue lo más opuesto que encontré a mi anterior vida.

     —Lo traspasaron en el momento oportuno que yo pude pagarlo y me puse a entrenar duro.

     —¿Y cómo dices que se llama tu perro ahora?

A golpes contigo Where stories live. Discover now