💀Capítulo 3. No te he olvidado

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—Espera afuera —ordenó ella.

Lugosi solo le dirigió una breve mirada de extraña simpatía a Viktor antes de asentir y volver a cerrar.

«¿Y a ese qué vampiro lo mordió?» Pensó Viktor, extrañado por la empática reacción del vampiro que solía considerarse su rival jurado.

—Siéntate —ordenó Rhapsody, utilizando ese tono recio que le recordó a Viktor a cuándo entrenaba a los Verdugos novatos.

Viktor obedeció sin chistar, dejándose caer en la fría silla igualmente hecha de acero inoxidable. Rhapsody dio un par de pasos hacia delante, con su larga gabardina negra ondeándose detrás de ella, mostrando con orgullo aquel símbolo de la guadaña de plata de los Verdugos y los colmillos mordiéndola.

La vampira ancestral lo recorrió con sus inexpresivos ojos amarillos, deteniéndose en la piel destrozada de sus nudillos ensangrentados. En cualquier otra circunstancia, sus heridas habrían curado con rapidez, pero encerrado en una prisión donde apenas y bebía sangre, sus habilidades curativas eran mucho más lentas. Viktor se sentía asqueroso, con la sangre del Nosferatu en su ropa y su cara; sus nudillos destrozados y adoloridos por los puñetazos que le propinó a aquel vampiro de antes y el general descuido de su aspecto personal; cabello revuelto y seco, labios partidos y ojos irritados.

—Bebiste la sangre del vampiro que atacaste —señaló Rhapsody, fijando su atención en los labios de Viktor.

Viktor pasó el dorso de su mano por estos, limpiando los restos de sangre. Había olvidado ese detalle.

—Nos dan miserias de comer en esta pocilga —mintió, puesto que la verdadera razón por la que mordió a ese vampiro fue porque alucinó el rostro de Dorian en este, pero jamás lo admitiría en voz alta.

Rhapsody entornó los ojos.

—Beber la sangre de otro vampiro es como si un humano bebiera agua de un río sucio para satisfacer su hambre —replicó.

—No me interesa. —Apoyó un brazo en el respaldo de la silla y peinó su cabello hacia atrás, sin importarle la suciedad de su mano—. Sangre es sangre.

Rhapsody exhaló con pesadez y tomó asiento en la silla frente a Viktor, cruzando una pierna sobre la otra y entrelazando sus espigados dedos sobre la mesa.

—Emma Welsh ha venido a visitarte otra vez. Finalmente desistió de intentar testificar a tu favor —informó—. Nunca tuvo pruebas contundentes de tu inocencia, pero supongo que regresa porque sabe que aprecias su intención.

Viktor sí la apreciaba. Las visitas semanales de Emma —quien por ser una Anomalía como su hermano podía ver y entrar a la prisión de vampiro— eran de las pocas cosas que lo mantenían estable.

—Usted no tiene pruebas de mi culpabilidad —refutó.

—Eras el único ahí y tus huellas estaban en todas partes.

—Carmilla estaba ahí.

—No cuando llegamos.

Viktor, enfurecido, golpeó la mesa con tal fuerza que le dejó una abolladura.

—¡Entonces encuéntrela! —bramó—. ¡Ella es la culpable!

Rhapsody no se inmutó por su golpe y tampoco por sus gritos. Solo volvió a suspirar con pesadez y se cruzó de brazos.

—No he podido encontrarla —admitió.

—¿Y realmente la ha buscado? —inquirió Viktor con frialdad—. O tiene miedo de hacerlo porque sabe tan bien como yo que es perfectamente capaz de hacer algo como esto.

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