💀Capítulo 1. No eres tú

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Finalmente arribó al bar que buscaba. «Temerary», ese era el nombre que estaba grabado en los cristales. Este era un bar Híbrido —como lo denominaban en la Sociedad Ulterior—, una locación que se mezclaba con el mundo humano y a la que solo podían acudir monstruos cuyas apariencias pudieran pasar desapercibidas entre los mortales.

Carmilla ajustó el cuello de su gabardina y le dio volumen a su cabello antes de entrar al local. En cuanto abrió la puerta y la campanilla que colgaba de esta anunció su presencia, muchas miradas recayeron sobre ella; humanos sorprendidos por su belleza sobrenatural y monstruos que, con tan solo un vistazo, sabían que se trataba de una vampira más.

Escudriñó el sitio hasta toparse con una silueta sentada entre las sombras del bar, oculta en la poca iluminación y cerca de la puerta trasera. Una medida preventiva por parte del licántropo en caso de que tuviese que salir corriendo.

—El lobo aúlla a la luna —dijo en código al aproximarse.

El licántropo dejó su trago de ron de lado y conectó su mirada con la de Carmilla. Sus iris de una tonalidad café anaranjada y las pupilas ligeramente afiladas traicionaban su verdadera naturaleza. El hombre lobo esbozó una media sonrisa y solo entonces ella se percató de su deplorable aspecto; el cabello revuelto y canoso, la barba incipiente, el traje color beige mal tallado. Era desagradable.

—¿Tú eres la sombra a la que debo aullarle? —respondió él.

Carmilla se quitó el abrigo, revelando el vestido rojo que portaba debajo.

—Solo si tú eres el lobo.

Él asintió con fervor, mirándola por todas partes sin pena ni vergüenza.

—Lo soy. Definitivamente lo soy.

Carmilla se sentó en el espacio junto a él, cuidadosa de mantener una distancia razonable por el asco que le ocasionaba.

—Aúlla entonces —ordenó con frialdad, mirando la hora en su celular—. Tienes diez minutos.

El licántropo chasqueó la lengua.

—No digo nada de a gratis —advirtió, deslizándose hacia ella—. Lo sabes, ¿no es así, vampira?

Carmilla frunció el entrecejo.

—Habla primero y después concluiré si tu información es merecedora de una recompensa —replicó.

—Así no funciona —refutó con aspereza—. Este es mi juego y yo marco las reglas.

—¿Juego? —inquirió con un bufido—. Esto no es un juego. Vine a ti porque quiero que me digas qué sabes sobre El Salvador y sus cazadores...

—Cierra la boca —acotó él con frialdad, colocando una mano sobre la pierna de ella y acercándose a su rostro para susurrar con su aliento a alcohol: —ya sabes lo que quiero a cambio.

El licántropo se aproximó hasta casi rozar sus labios. Carmilla estaba a punto de tomar el vaso y romperlo contra su cabeza, pero se le adelantó una mano que se aferró al seboso cabello del hombre lobo, lo jaló hacia atrás y luego lo estrelló con fuerza contra la mesa de madera. Se encogió de dolor al oír como los huesos tronaban por el recio impacto y luego levantó la mirada, hallándose con un par de relumbrantes ojos dorados.

—No debiste hacer eso —reprendió con un mohín.

Ahí estaba el causante de todas sus dificultades en los últimos meses. El cazador de Anomalías por excelencia, la Anomalía número 55: Dorian Welsh. El chico que ella misma casi había asesinado, ahora estaba parado frente a ella, portando una simple camisa negra arremangada, con su piel demasiado pálida bajo la tenue iluminación del bar y las protuberantes bolsas debajo de sus ojos. Él la ignoró y volvió a jalar el cabello del licántropo para que alzara la cabeza. Sangre le escurría de un profundo corte en la frente, se quejaba de dolor e intentaba liberarse del agarre.

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