O7. LA CONSUMACIÓN

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Ahora

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Ahora

Tres días después del torneo en el que todas las sonrisas se habían borrado, el acuerdo de matrimonio entre Daemon Targaryen y Arya Stark quedó oficialmente anulado y la reclamación que Vaemond Velaryon quería tener con la corte fue suspendida. Les había costado a todos los involucrados muchas súplicas, pagos a escondidas y dulces mentiras para lograr aquello.

Rhaenyra había susurrado palabras azucaradas en el oído de Viserys.

Daemon sobornó a algunos señores de Poniente para que mostraran su apoyo.

Arya se arrodilló ante la reina a la cual consideraba más una madre que la que tenía en Invernalia e inclinó la cabeza ante su propio padre.

Y con la bendición del Rey moribundo y de la Reina Verde, realmente nadie pudo oponerse.

Los primeros en consumar su matrimonio habían sido Daemon y Rhaenyra de acuerdo a las tradiciones de la antigua Valyria, mientras que Aegon y Arya tardaron dos días más en preparar su apresurada boda bajo las costumbres de la Fe de los Siete.

Ahora, Aegon se encontraba frente a su reflejo, vestido de negro y rojo. Casi esperaba ver el verde, pues era lo único que había visto durante meses, incluso años.

Este era el resultado de toda la
lucha que había hecho por la mano de Arya. Llevaba en la cabeza una pequeña corona negra digna de un Príncipe Targaryen.

—Mi Príncipe, es la hora.

La Septa de Baelor estaba llena de gente. La última vez que algún lugar estuvo tan lleno fue en la boda de Rhaenyra Targaryen y Laenor Velaryon, este último había muerto poco después del evento de Driftmark años atrás.

Curioso, ¿no? Cómo funcionaba el destino.

Comenzó la larga marcha ceremonial que significaba el comienzo de la boda. Cada paso se sentía como un paso más para sellar su destino. Cada ojo que se volvía hacia él se sentía como un juicio de toda la corte.

Pero ya no había ningún
pensamiento de volver. Su primer acto importante como Príncipe fue este, casarse con Arya.

Arya Stark. La doncella de sus sueños y la que poseía el frío corazón de su hermano.

Mientras el Septón leía palabras sagradas que a Aegon no le importaban, él encontró sus pensamientos a la deriva, su
mirada hacia las altas estatuas
que rodeaban los altares.

Los dioses. Los malditos dioses. Misericordiosos, decían que eran los dioses. Buenos, los llamaban. Y sin embargo, no harían nada para evitar el futuro derramamiento de sangre. Dioses, qué broma.

En medio de sus pensamientos, se dio cuenta de lo silencioso que se había vuelto todo.

El Septón había terminado de pronunciar las palabras sagradas y las puertas del lugar se abrieron, todos los ojos se volvieron, incluyendo los suyos.

LOOKALIKE | Aegon II Targaryen ✓Where stories live. Discover now