Halloween entre mortales...

52 8 8
                                    

Un paso.

¿Dónde estás?

Dos pasos.

Por favor, ayúdame.

Tres…

Te necesito…

Al cuarto paso, sentí cuatro finas y gélidas garras que penetraban en la piel de mis hombros como cuchillos y finalmente suspiré en paz. No dejé de caminar en ningún momento, más me atreví a desviar la vista de mi camino y centrarla en el majestuoso animal posado en mis hombros, con tanta elegancia como la más fina espada de oro reluciente. La vi bajar su vista delicadamente hasta cruzar sus ojos con los míos, observándome con aquellos orbes oscuros, tan vacíos, que de alguna forma, sin saber cómo, terminé perdida en ellos, sin ser consciente de ninguno de mis próximos movimientos, como si estuviera dormida.

De pronto, sacudí con fuerza mi cabeza al sentir como mi cuerpo se relajaba repentinamente. Me vi de pié en medio de un oscuro callejón y solo entonces logré moverme con naturalidad.

– ¿Se puede saber que te pasa? – le pregunté, arrugando duramente la frente cuando observé al animal posado en el alféizar de la ventana ciega de aquel oscuro lugar, observándome directamente. Entonces, el cuervo abandonó por completo su erguida figura y las plumas de su cola se erizaron.

El animal, bajo el oscuro firmamento ceñido sobre nuestras cabezas, se movió bruscamente, casi de forma anormal, vi como su delicado y esbelto cuerpo humano se presentaba ante mí con el largo, denso y oscuro cabello hasta la cadera. La melena de la mujer se sacudió levemente cuando alzó su brazo izquierdo, llevó su palma directo hacía mi mejilla con una increíble velocidad y al instante la zona comenzó a picarme.

– Respétame – me ordenó, con la voz fría y solemne, una indescriptible sensación recorrió mi columna vertebral, enviándome puntadas de dolor – Estás aquí para servirme, no para hacer lo que te plazca.

La observé con los ojos encrespados en furia mientras me alejaba de ella un paso – Tú me elegiste ¡ahora te aguantas!

Morrigan rodó los ojos abandonando así su semblante divino. Era la primera vez que lo hacía frente a mí – ¿Dónde queda el Cementerio Central?

Su tono urgente me hizo olvidar rápidamente la bofetada que me había propinado y la observé con los ojos bien abiertos. Por fin teníamos algo.

– ¿Está allí? – Morrigan entrecerró los ojos y dio un paso determinado hacia mí, ocasionando que yo retrocediera dos – Bien, ya entendí, no te gustan las preguntas – ante mi comentario ella apretó fuertemente la mandíbula, por lo que me apresuré a contestar con velocidad, se le notaba la impaciencia – Al final de la calle principal.

La mujer asintió lentamente y retrocedió dos pasos, sin dejar de verme fijamente, como si quisiera analizar mis pensamientos con rayos X, lo más probable es que pudiera hacerlo.
Con un simple gesto de cabeza me pidió que la guiara y con pasos veloces me apresuré a abandonar aquel vacío agujero en la ciudad, conocido por ser la cuna de lo oscuro, lo indebido, que solía ser frecuentado por personas extrañas en noches tan peculiares como esta.

Ambas caminamos por las oscuras calles de Nueva Orleans, mi ciudad natal. Aquella zona de la ciudad estaba a oscuras por completo debido a las personas sin hogar o las que buscaban un lugar para inyectarse drogas hasta la muerte se asentaban en este lugar, lo que provocaba que los demás habitantes de la ciudad evitaran a toda costa esas calles.

Por suerte no tardamos mucho en llegar al centro de la ciudad, donde había tanta gente que por un momento deseé volver al callejón. Halloween es tomado muy a pecho en Nueva Orleans, y las personas se obsesionan con decorar sus casas y colocarse ridículos disfraces para luego salir como posesos a las calles y gastar cantidades estúpidas de dinero en la feria anual, en la cual hay miles de juegos sin sentido que suelen entretener a las masas de lo tan patéticos que son. Sumándole la tarima en el medio de la calle principal, en la cual se presentan grupos musicales o se realiza el concurso de disfraces en el cual la gente luce su manera de despilfarrar dinero. Las calles de la ciudad terminan siendo un completo caos de personas.

Morrigan, a mi lado, frunció la nariz con disgusto al ver la cantidad enorme de gente que debíamos sortear para llegar a la otra punta de la ciudad, donde el Cementerio Central estaba, y nuestro objetivo también.

– No hay otro camino ¿verdad? – me preguntó al ver la mirada incómoda que le dediqué. Suspiró contrariada, adoptó su mejor expresión representativa de la repulsión que los mortales le causaban y comenzó a caminar.

Nos llevó como una hora atravesar ese mar de gente, pero el rostro que la diosa junto a mí, el cual ahuyentó a varios niños, nos sirvió de mucho para llegar al final. Al salir de allí sentí el aire fresco de la noche invadir mi cuerpo, y la sensación de libertad me invadió.

– Por fin – suspiré, agradecida con haber salido – ¿Todo bien?

El rostro de Morrigan era un poema. Un bufido salió de sus labios mientras se acomodaba su vestido negro con un escote de hombros caídos y las mangas anchas. Sujetó mejor en su mano derecha la enorme lanza, que tenía mi altura, y se corrió el mechón largo y ondulado del rostro. Con una simple mirada me ordenó que siguiera mi camino, y así lo hice.

Un par de minutos más tarde llegamos al cementerio, y el aura allí no era nada comparada con la lúgubre y falsa de la feria. Aquí, el ruido del silencio retumbaba en nuestros oídos, y la serenidad de la noche era alarmante, teniendo en cuenta quien estaba escondido a unos metros nuestro. Sentí mi pecho vibrar con la exhalación al poner un pié en el cementerio. Una repentina sensación de alerta me invadió, pero Morrigan no pareció inmutarse.

– ¿Qué buscamos? – le pregunté, viendo su expresión, curiosamente serena.

Tardó unos segundos en responder, y cuando lo hizo giró su rostro en redondo hacia mí – El panteón de la familia Bienville – la observé, confundida, y ella resopló para volver a hablar – La familia del fundador de la ciudad, idiota.

Asentí, ahora lo recordaba. Por eso la profesora de historia nunca me quiso.

Seguimos caminando por todo el lugar, en busca del panteón de la familia fundadora. Morrigan me había asegurado que allí estaría y yo no podía esperar a verlo de frente. No entendía mucho lo que estaba sucediendo, solo sabía lo que me había dicho la diosa al principio, que se trataba de un ser repugnante y violento que debía volver a su prisión infernal en su mundo, de lo contrario, cosas monstruosas ocurrirían.

No me dí cuenta en qué momento llegamos, pero cuando fui consciente de mí otra vez, estábamos de pié en el centro del que suponía era el panteón. No reparé mucho en los detalles, ya que mi vista se centró en la figura de pié a unos metros de nosotras, completamente oscura. Lo único que se podía distinguir era su cuerpo, uno muy esbelto para el ser del que estábamos hablando. Dí un paso hacia atrás, confundida ante la delicadeza de semejante monstruo, su aspecto no concordaba con lo que suponía, era realmente. Al mismo tiempo, el ser oscuro comenzaba a avanzar hacia nosotras.

El Aos Sí caminaba lentamente, disfrutando mi temor, que surgió tan repentinamente que me noqueó por unos segundos. Un repentino frío recorrió mi columna de punta a punta, y solo entonces reconocí la gravedad de la situación, obligándome a tomar una postura tensa al instante. El ser se detuvo finalmente frente a nosotras: tenía una expresión lastímera, seguramente estaba inventándose una historia deprimente que contarme para luego lanzarse sobre mí y atacarme, como Morrigan había dicho que actuaba.

– Shadow – me llamo con una voz extrañamente suave – Necesito ayuda…

Negué fuertemente con la cabeza al oír su gastada voz, sin saber que más hacer ante el súbito temor que no me permitía reaccionar. El ser me miró expectante. Quise retroceder, alejarme de allí cuanto antes, huir y resguardarme bajo mi cálida cama, lejos de allí, imaginando que todo esto solo había sido una pesadilla. Había tardado demasiado en asumir la situación y al hacerlo tan repentinamente no sabía como reaccionar, sumándole el hecho de que era una experiencia por completo diferente a la vida diaria. Mi miedo pareció divertirle, ya que su expresión cambió al instante y la inocencia que brillaba en sus ojos ahora era reemplazada por un macabro vacío. A continuación todo fue muy rápido, demasiado como para procesarlo.

Cuando el Aos Sí se lanzó sobre mí y sentí dos punzantes agujas clavarse en mi cuello, Morrigan me empujó hacia atrás quitándome del medio y lanzándose sobre él, comenzando una pelea. Ver como ella salía victoriosa me permitió suspirar en paz, sin detenerme a pensar que había sido demasiado fácil.

Pero todo tenía un precio.

La sangre roja con manchas negras resbalaba por mi cuello, infectada, poco demoré en comprender que todo había acabado.

Incluso yo…

Halloween entre mortales Where stories live. Discover now