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Tres meses después.

―No te vayas demasiado pronto ―me dijo Sana, mi esposa, antes de perderse entre la multitud para saludar a sus amigas.

La vi alejarse, contoneándose sensualmente porque sabía que yo no iba a apartar los ojos de su cuerpo hasta que no desapareciera. Aquella anatomía de vértigo, enfundada en un ajustado vestido de noche negro, obligaba a quien se cruzaba con ella a volver la cabeza. Y a mí me daban ganas de retorcer el cuello de unos cuantos mirones.

Nuestro matrimonio se resumía en aquello: a sexo. Pero qué otra cosa podía unir a una estrella de futbol y a una top model de calendario.

Sonreí cuando una de sus amigas íntimas la arrastró hasta perderse de mi vista. Ella me lanzó una última mirada, no supe si coqueta o simplemente desinteresada, y un beso con la punta de los dedos que yo hice como que atrapaba. Ese era el juego de pareja perfecta que representábamos en sociedad y yo tenía que jugarlo.

Sana sabía que le era infiel y que odiada aquellas galas benéficas donde todo el mundo iba a lucirse. Por eso me dejaba a mis anchas, para no tener que buscar una excusa cuando yo me largara sin decir nada a nadie. Un par de colegas me saludaron desde lejos. No me apetecía hablar. Había sido un día duro de entrenamiento, después de la paliza en el partido de ayer, y necesitaba aislarme, soportar solo mi mal humor. Olvidarme de todo y de todos.

Intente dirigirme hacia uno de los camareros. Firmé un par de decenas de autógrafos. Accedí a hacerme un puñado de fotos. Cuando al fin pude pedir un agua con gas tenía claro que apenas duraría un cuarto de hora en aquel aquelarre antes de largarme a casa. Lo justo para que Donghae, mi representante, me viera, y no le quedaran argumentos para acusarme al día siguiente de haberlo dejado abandonado.

―¡Aquí está el jugador del año! ―dijo Donghae apareciendo por entre la multitud y palmeándome la espalda―. No daba una mierda porque esta vez fueras a venir.

Él también había jugado a fútbol americano de manera profesional en su juventud, por lo que su imponente presencia aún intimidaba. Para mí era como un padre, y mucho más que un amigo. Era la persona de quien me fiaba por encima de todas las demás. En cierto modo, el primero que había confiado en mí, y el responsable en gran medida de lo que era hoy.

―Ya ves que soy un hombre de palabra ―contesté con desgana, porque ni siquiera con él estaba de humor.

―¿Qué te ha dado Sana para que accedas a aparecer por una fiesta donde no hay barriles de cerveza ni perritos calientes quemados en una parrilla?

―Sexo del bueno.

―Pues tendré que agradecérselo.

Le clavé el codo en el costado.

―Ni se te ocurra acercarte a mi mujer.

Rió de buena gana. Aquellas bromas entre hombres eran lo mejor y fortalecían nuestras relaciones de virilidad.

―Oye ―dijo Donghae―, quiero presentarte a alguien.

Sabía que su insistencia para que asistiera a aquella jodida fiesta debía encerrar un propósito oculto, y allí estaba.

―Que no sea un idiota, por favor. Hoy no tengo un buen día.

―¿Cuándo te presento yo a gente que no merezca la pena?

―A cada momento.

―Tienes razón.

Me puso el brazo sobre los hombros y me arrastró a través de la multitud. Por supuesto tuve que pararme a firmar más autógrafos y a posar para más fotografías que sabía que se subirían a Twitter esa misma noche. Odiaba esa parte de mi profesión pero, como decía mi representante, formaba parte del mismo pastel.

Deseo.Where stories live. Discover now