Agotado por el largo viaje, despoja a sus hombros del peso de la gabardina negra y a sus pies de las botas de cuero. Solo con una camisa vieja, se arroja entre las sábanas y duerme hasta que la mañana siguiente llegue y su empleador le de instrucciones.


Por la mañana, odia más el mar y la estúpida humedad que lo hacen sentir pesado y pegajoso.

Toma un rápida baño y decide que sea cual sea el trabajo, lo terminará en menos de dos días y regresará a su errante vida lejos del mar.

Cuando llega a planta baja, no encuentra a nadie más que al joven rubio tarareando mientras arregla la panera en el centro de una de las mesas. Baji no puede evitar notar que la melodía es como un largo poema, no tiene palabras, pero parece contar una historia en versos.

— ¿Acostumbras cantar para los huéspedes? — interrumpe.

El chico pega un saltito, antes de girar con los pómulos sonrojados.

— No acostumbro tener público — declara avergonzado.

Baji se acerca con las manos en los bolsillos del pantalón. Odia salir sin su gabardina, pero el sol lo obliga a llevar únicamente una camisa blanca remangada.

— Debo ser bastante madrugador, dado que no hay nadie aquí.

— En realidad — el sonrojo se acentúa y una sonrisa bochornosa lo acompaña —, eres el único huésped.

El pelinegro eleva ambas cejas.

— ¡No siempre es así! — se excusa el de ojos celestes de inmediato — En primavera y verano este lugar se llena se llena de comerciantes y pescadores aficionados. Así que eres de los pocos afortunados que vino a apreciar los atardeceres de otoño...

— Baji — responde a la pregunta no vocalizada — Keisuke Baji.

— Un gusto, Baji — estrecha su mano —. Soy Chifuyu Matsuno, puedes llamarme solo Chifuyu. Debes pensar que soy un terrible hospedero, ayer no pregunte tu nombre.

Toda esa pena en el rostro de Chifuyu luce graciosa, casi adorable.

— ¿Quieres desayunar? La verdad no esperaba tener huéspedes, solo tengo pan y leche ¿Quieres que traiga leche? — pregunta atropellándose con las palabras.

— Está bien, solo pan — coge un pan y lo levanta frente a él para tranquilizar al chico —. Debo irme, pero gracias.

— Claro, yo estaré aquí — Chifuyu se reclina en el borde de la mesa mientras Baji se aleja hacia la puerta, pero lo llama antes que este salga — ¡Por cierto! ¿Tomarás la limpieza a habitación?

— Preferiría hacerlo yo mismo.

— Por supuesto, adiós, Baji.

El pueblo se extiende sobre una de las franjas rocosas de la ensenada, mientras en la otra, mucho más baja, se disponen las embarcaciones pesqueras en línea. No son más de treinta casas de colores pasteles las que están completamente construidas y habitadas. Pero llama su atención los terrenos cercados y los armazones con materiales de construcción cerca.

La gente es tranquila, no es como otros pueblos rimbombantes que ha visitado, aunque sus miradas y cuchicheos le incomodan.

Cuando por fin logra dejar el pueblo atrás, trata de rodear la playa lo más lejos posible de la arena. Aunque es inevitable sentir como ésta lustra sus botas mientras se acerca a la construcción más grande del pueblo. Cerca del muelle se abren las puertas de par en par del largo almacén pesquero, de ahí, salen y entran trabajadores con las botas del pantalón dobladas, quienes cargan cajas de pescado fresco de un lado a otro, en tanto, los pescadores en el muelle zarpan en embarcaciones medianas con grandes redes.

justo como el mar | BajifuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora