Capítulo I: El Despertar Del Hechicero, Parte I

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Sentando frente a la ventana de una vieja bodega en la que vivía, Arthur contemplaba el paisaje nocturno. El silencio reinaba en aquel lugar dando una sensación de tranquilidad, un sentimiento que Arthur rara vez llegaba a sentir, sin embargo… su tranquilidad se vio interrumpida por un ruido proveniente del cuarto de su hermanita. Arthur corrió al lugar y encontró a su hermana tumbada en el piso a un lado de la cama.

—¡Liz, ¿qué ocurrió?! —preguntó Arthur apresurándose para ayudarla.

—Q-Quería un poco de agua, pero mis piernas comenzaron a fallar… Duele —respondió la pequeña rubia tratando de levantarse.

—Déjame ayudarte —dijo Arthur cargándola hasta la cama—. ¿Qué ocurre, Liz? —le preguntó al ver la expresión de preocupación en el rostro de la pequeña.

—Es que… últimamente no me he estado sintiendo bien. Me duele todo, mi vista está borrosa y ya ni siquiera puedo mover las piernas. Tengo miedo —confesó con lágrimas en los ojos.

—Tranquila —la consoló el joven abrazándola—. Te prometo que lo solucionaré, solo aguanta un poco más.

En un principio la enfermedad de Liz no era muy grave, pero al no recibir el tratamiento adecuado, terminó convirtiéndose en lo que es ahora. Su fiebre aumentaba repentinamente, sus articulaciones dolían, se le dificultaba respirar y a menudo no tenía fuerza ni para comer. Si esto seguía así, la vida de la pequeña rubia podría terminar en cualquier momento.

Arthur había intentado todo para ayudar a Liz, leyó cada libro de medicina, encontró recetas caceras que podrían ser útiles y consiguió los ingredientes necesarios. Como resultado, logró preparar la medicina y así reducir los síntomas de Liz, pero no era suficiente para curarla.

Después de arropar a Liz, Arthur se dio la vuelta para salir del cuarto.

—¿Podrías quedarte junto a mí? —preguntó Liz, tímidamente.

La enfermedad de Liz afectaba su maná y lo convertía en miasma, un veneno sobrenatural altamente letal que destruye el cuerpo de adentro hacia afuera y que se transmite a través del aire o el contacto físico. Un solo roce de sus pequeños dedos, era más que suficiente para agrietar la piel.

—Está bien —dijo Arthur acostándose junto a Liz.

Pero para Arthur, quien llevaba 3 años viviendo con la pequeña rubia sin presentar signos de contagio o malestar, eso ya no importaba.

—Buenas noches, hermano —dijo Liz acurrucándose junto a él.

—Buenas noches, Liz —correspondió Arthur acariciándole la cabeza.

—Buenas noches a los dos —susurró una tercera voz.

Al escuchar la voz, Arthur se levantó y encendió la luz para ver quién era, pero no encontró a nadie, solo estaban Liz y él en el cuarto.

—¿Oíste eso? —le preguntó Arthur a Liz.

—¿Oír qué?

—… Nada.

Al no encontrar a nadie, Arthur apagó la luz y se recostó nuevamente, pero se mantuvo despierto toda la noche vigilando.

[…]

Arthur se había levantado temprano esa mañana, y ahora estaba sirviendo el desayuno para Liz.

—Buenos días, Liz —la saludó entrando al cuarto.

—Buenos días, hermano.

—Te traje el desayuno.

—Gracias. ¿Y el tuyo hermano?

SORCER I: DEMON GODWhere stories live. Discover now