Capitulo 1: La tarta del día

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Un libro y un café. Ese era mi momento favorito del día, antes o después del trabajo, dependiendo de mi turno. Primero, curioseaba las novedades y los títulos no tan nuevos, que no me podía permitir, en la librería del palacio de Colloredo-Mansfeldský, y después, me tomaba un cappuccino y un trozo de tarta en el Art Café de la gallería. Me sentaba en una mesa junto a la fuente con la estatua de un señor barbudo que se tapaba las vergüenzas solo con la cola de un pez que echaba agua por las fauces. Probablemente era Neptuno, porque sostenía un tridente en la otra mano pero no estaba segura.

Saboreé un pedacito de la tarta del día, que hoy era de zanahoria, y abrí las páginas de mi libro por donde indicaba el marca páginas. Acunada por las conversaciones en distintos idiomas de los turistas y locales que desayunaban en otras mesas del café, me sumergí en mi novela. La noche anterior la había dejado en una escena de lo más intrigante, para evitar irme a la cama a una hora indecente y arrepentirme al día siguiente. La protagonista era una periodista en una misión secreta para desenmascarar el romance ilícito entre el rey de España y una empresaria alemana. Se había colado en una habitación de hotel, un detalle poco creíble, y estaban a punto de pillarla rebuscando entre las cosas de la empresaria.

Alguien me tapó los ojos por detrás y solté un grito, metida como estaba en la tensión de la escena.

—Eh, soy yo, Dan —río el dueño de las manos asomándose por encima de mi cabeza.

—Dan ¿qué haces aquí?

El joven me besó la frente y ocupó la silla a mi lado.

—Cualquiera diría que no te alegras de verme —bromeó.

—No es eso... es que creí que tenías el turno de noche y que estarías durmiendo.

—Rebecca me ha llamado para que cubra a Stanislav —replicó, comiéndose un trozo de mi tarta sin necesidad de invitación.

—¿Ha vuelto a faltar? —Stanislav era uno de ayudantes de cocina del hotel donde trabajábamos. En varias ocasiones, los domingos llegaba tarde o no venía en absoluto, alegando que estaba enfermo. Por lo visto una extraña enfermedad que atacaba solo en fin de semana.

—Peor que eso, se ha presentado drogado.

—Bromeas ¿verdad?

Dan río y se comió otro trozo de mi deliciosa tarta de la que empezaba a quedar muy poco.

—En absoluto, amor. Zorka dice que no paraba de menear la mandíbula y abrir y cerrar los ojos... que estaba empastillado, vamos.

—¿Cómo lo sabe?

—Por lo visto ella misma tonteó con esas cosas de joven —rió Dan.

Pestañeé intentando casar la imagen de señora seria de mediana edad, de nuestra jefa de cocina, con la de alguien tan fiestera. Por cosas como esa, no debía prejuzgar a nadie por su imagen.

—¿Así que lo ha mandado a casa?

Dan asintió, terminándose el último trozo de tarta y apurando de un sorbo lo que me quedaba de café.

—Iba a tomarme eso —murmuré y él lanzó un billete de cien coronas sobre la mesa. Odiaba que me lanzara dinero de esa forma, como si fuera mi padre dándome la paga de la semana.

—Toma, amor, cómprate otro y lo compartimos también.

Suspiré y me levanté de mi silla. El sentimiento de culpa por haberme decepcionado con que mi novio interrumpiera mi momento de paz, se evaporó. Entré en la cafetería y saludé de nuevo a Danka.

Mi Novio FalsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora