EL PROBLEMA DEL MANEJO DE LA RIQUEZA

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El precio que la sociedad paga por la ley de la competencia, al igual que el precio que paga por las comodidades y los lujos baratos, es también grande; pero las ventajas de esta ley son también mayores aún que su coste, pues es a esta ley a la que debemos nuestro maravilloso desarrollo material, que trae consigo mejores condiciones. Pero, sea la ley benigna o no, debemos decir de ella, como decimos del cambio en las condiciones de los hombres a que nos hemos referido: Aceptamos y damos la bienvenida, por lo tanto, como condiciones a las que debemos acomodarnos, a la gran desigualdad del medio ambiente; a la concentración de los negocios industriales y comerciales, en manos de unos pocos; y a la ley de la competencia entre ellos, por ser no sólo beneficiosa, sino esencial para el futuro progreso de la humanidad. Una vez aceptados estos principios, se deduce que debe haber un gran margen para el ejercicio de una habilidad especial en el comerciante y en el fabricante que tiene que dirigir los asuntos a gran escala. Que este talento para la organización y la gestión es raro entre los hombres, lo demuestra el hecho de que invariablemente asegura enormes recompensas para su poseedor, sin importar dónde o bajo qué leyes o condiciones. Los experimentados en estos asuntos siempre valoran al hombre cuyos servicios pueden obtenerse como socio y no simplemente como la primera consideración, pero esto hacen que la cuestión de su fortuna apenas merezca la pena ser considerada: porque los hombres capaces pronto crean capital; en manos de los que no tienen el talento especial requerido, el capital pronto toma alas. Tales hombres se interesan en empresas o corporaciones que usan millones; y, estimando sólo el simple interés que se obtendrá del capital invertido, es inevitable que sus ingresos excedan a sus gastos, y que por lo tanto deban acumular riqueza. Tampoco hay un término medio que tales hombres puedan ocupar, ya que la gran empresa manufacturera o comercial que no gana al menos algún interés por su capital, pronto irá a la bancarrota. Debe avanzar o quedarse atrás; quedarse quieto es imposible. Es una condición esencial para el éxito de su funcionamiento que sea rentable, e incluso que, además de los intereses sobre el capital, obtenga beneficios. Es una ley, tan cierta como cualquiera de las otras mencionadas, que los hombres que poseen este talento peculiar para los negocios, bajo el libre juego de las fuerzas económicas deben, por necesidad, recibir pronto más ingresos de los que pueden gastar juiciosamente en sí mismos; y esta ley es "tan beneficiosa para la raza como las otras."

Las objeciones a los fundamentos sobre los que se basa la sociedad no están en orden, "porque la condición de la humanidad es mejor con éstos que con cualquier otro que se haya probado". No podemos estar seguros del efecto de los nuevos sustitutos propuestos. El socialista o anarquista que intente cambiar las condiciones actuales debe ser considerado como quien ataque a los fundamentos sobre los que descansa la propia civilización, porque el progreso comenzó el día en que el jefe, trabajador laborioso, dijo a su compañero perezoso: "Si no siembras, no cosecharás", y así terminó el comunismo primitivo al separar los zánganos de las abejas. Quien estudie este tema pronto se encontrará con la conclusión de que del carácter sagrado de la propiedad depende la propia cultura: el derecho del trabajador a sus cien dólares en la caja de ahorros, e igualmente el derecho legal del millonario a sus millones.

A cada hombre se le debe permitir "sentarse bajo su propia viña e higuera, sin que nadie lo asuste", si la sociedad humana ha de avanzar, o incluso permanecer tan avanzada como está. A los que proponen sustituir este intenso individualismo por el comunismo, la respuesta es, por tanto, la siguiente: La raza lo ha intentado.

Todo el progreso desde aquel día bárbaro hasta la época actual ha resultado de su desplazamiento. No el mal, sino el bien, ha llegado a la raza a partir de la acumulación de riqueza por parte de aquellos que han tenido la capacidad y la energía para producirla. Pero incluso si admitimos por un momento que podría ser mejor para la raza descartar su fundamento actual, el individualismo, -que es un ideal más noble que el hombre trabaje, no para sí mismo, sino en y para una hermandad de sus semejantes, y comparta con ellos todo en común, realizando la idea del cielo de Swedenborg, donde como él dice: de los ángeles derivan la felicidad, no del trabajo para sí mismos, sino para los demás, incluso admitiendo todo esto, una respuesta es suficiente, no se trata de una evolución, sino de una revolución. Requiere cambiar la propia naturaleza humana un trabajo de eones, incluso si fuera bueno cambiarla, lo cual no podemos saber.

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