—Te dije que ya no sufras por el negro —dice medio en broma, medio en serio.

—¿Negro? —sonrío—. ¿No era Coletti? —alzo una ceja para hacer más serio mi cuestionario.

—He decidido cambiarle el apodo. Por su apellido lo llaman todo el mundo.

—Yo no lo hago —digo en un susurro.

—Exacto —afirma—. Menos tú. Y eso tiene un significado un tanto especial. Lástima que no se haya dado cuenta.

Bufo.

—Ya qué —alzo ambos brazos al aire como pidiéndole a Dios paciencia—. Todo la clase lo sabe, y pronto el chisme se regará por toda la escuela —me tapo la cara con ambas manos.

—Eres muy tonta, Layla —me destapo de inmediato indignada—, pero eres muy especial. Espero que puedas ver eso en ti algún día.

Devuelvo mis manos a mi cara para solo taparme las mejillas, que ahora mismo se encuentran ardiendo debido al comentario del robusto.

Te sonrojas por nada, tonta.

¿Tú también vas a llamarme tonta?

Me encanta ese apodo. Va perfecto contigo.

Daniel se acerca a mí y me quita las manos de la cara.

—No te sientas mal, Layla. Estas cosas siempre pasan.

—Quería que por lo menos me dijera que le gusto en sentido amistoso —sonrío con aire melancólico.

—Si eso fuera así, créeme que el que estuviera aquí contigo fuera él y yo no.

Vuelvo a bufar.

—Siempre tan delicado. Te pareces a mi conciencia —digo con burla.

—¿Tú también hablas con tu sub-consciente? ¡Pensé que era el único!

Vaya. Puedo hacer un amigo nuevo. Ya estoy harta de vivir en tu cabeza.

¡No hay cabeza mejor que la mía!

Pff, claro. Finjamos que te creo.

—En estos momentos está diciéndome que no quiere vivir en mi cabeza —me río—. Es una pesada.

¡Oye!

Layla - 1
Conciencia - 0

Toma eso, pesada.

—Tengo la curiosidad de saber qué pasará por tu mente mientras estás sola —dice Daniel.

—Nada interesante. Quisiera saber qué pasará por ella hoy en cuánto me encierre en mi habitación a pensar en lo que pasó hoy.

—Por esa razón no me gusta estar solo.

Ignoro ese comentario haciendo como si no hubiera escuchado nada. Al final, se me ocurre la maravillosa idea de preguntar algo que debí de haber dicho en cuánto Daniel entró.

—¿Qué haces aquí?

Hace un mueca.

—¿Ayudándote y siéndote de compañía?

—Bien, no era eso lo que pretendía preguntar —digo un tanto avergonzada—. ¿Qué haces en el baño de chicas?

Ahora son sus mejillas las que se ponen coloradas.

Volteo hacia la puerta y veo que hay una silla ahí impidiéndole el paso a cualquier estudiante. Decido fijar mi vista de nuevo en el chico que me acaba de hacer sonreír para evitar un mal rato.

Belleza OscuraWhere stories live. Discover now