Cuando la luna finalmente bendijo a los adolescentes resaltando el lugar de su casta, bastó calar los sentidos con el aroma del otro para saberlo. Las historias dejaron de ser ficción para ser realidad. Lo supieron de inmediato, se pertenecían, se aman, su destino era estar juntos hasta el final del tiempo. Desde entonces empezaron su relación.

Mylo olía a lavanda, a limpio y perfecto.

Eugene tenía aroma a bosque, a madera y sanidad.

Los nervios, las miraditas y los agarres de manos empezaron a evolucionar con los años, pasaron a besos, abrazos y encuentros íntimos. Se amaron, Eugene le amó como a nadie, su lista de amores solo tenía dos nombres y estaba satisfecho con ello, porque era la vida que siempre imaginó. Casarse, tener hijos y envejecer al lado de Mylo, pero Mylo no tenía los mismos planes.

Mylo Gibss estaba aburrido de la monotonía del lugar, él aspiraba a la gran ciudad, a perderse en las maravillas de las zonas urbanas, conseguir un empleo y vivir la vida en una mejor posición. El omega de castaños cabellos claros, casi queriendo ser un rubio, adoraba la idea de sumergirse en el mundo avanzado que el campo no podía ofrecerle.

El omega quería ir a la Universidad, ser exitoso, tener mucho dinero y enfermarse por la ostentosidad de las cosas materiales... Era un sueño que jamás se cumpliría, no si se quedaba, a sabiendas de que Eugene nunca se iría.

— No puedo dejar al viejo — respondió el alfa, tras el largo castigo del silencio. Su padre estaba envejeciendo, por ello era él (a sus 18 años) quien se encargaba de llevar la batuta de la granja, su herencia, su legado.

Una sonrisa sin gracia se coló en los labios de omega — Lo sé, por eso no te he pedido que te vayas conmigo — rebuscó su ropa para empezar a vestirse, esa sería la última vez que se entregaría a su amor.

— ¿Es todo? — preguntó con ese tono impasible característico del alfa.

Mylo asintió y contestó con su propia voz — Es todo. Me voy mañana a primera hora. No volveremos a vernos — gateando sobre aquella manta, se posó cerca del contrario, apoyando sus manos sobre la tela, ganó el impulso para posar un casto beso sobre la mejilla de su ahora ex novio.

— Somos destinados, My — murmuró sin moverse por la sensación de esos labios, pequeños, finos y suaves — Eventualmente volveremos a estar juntos —

El omega rió levemente con ironía — No, no mi amor... No será en está, quizá en la otra vida — apoyó su frente contra el hombro del contrario, un par de lágrimas se derramaron sobre la piel de Eugene— Ya no hay ningún tú y yo. No estamos en la misma página —

— Nunca voy a amar a nadie, tú tampoco, y lo sabes — gruñó entre dientes. La amarga sensación en su paladar, junto al nudo que ató su garganta le puso de mal humor — Voy a amarte, a ti y solo a ti, por el resto de está maldita vida —

Se admiraron, los ojos de Eugene exigían una sola orden, un beso. Beso que le fue negado por Mylo.

Dos años tras la partida del omega de su vida, su padre finalmente fue a reunirse con su madre, le tocó despedir a la segunda persona que más amaba. Se quedó solo, con una granja que atender y las memorias de un futuro ideal que se convirtió en su cruz.

Seis años después de aquella despedida tan insípida, cuatro años del fallecimiento de su padre y un odio feroz respecto a la vida, sintiéndose condenado a la soledad... El ruido llegó a su lado. Un omega y su cría se mudaron a la abandonada casa junto a la suya.

 Un omega y su cría se mudaron a la abandonada casa junto a la suya

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Más allá del destinoWhere stories live. Discover now