Lily Evans, no acaba de salir de su mente, haciendo que su corazón se acelerara como si una estampida de hipogrifos galopara en su interior.

—Bueno, aquí vamos —susurró. Alzando la varita y cerrando los ojos, se concentró. El recuerdo más feliz que tenía, una noche atrás, una sola escena, que le robaba sonrisas, que lo hacía suspirar y al tiempo reír.

La sala común estaba repleta, a esa hora, muchos alumnos aprovechaban para juntarse, hacer los deberes o simplemente pasar un buen rato. Bajaba por las escaleras, buscando a sus cuatro amigos, cuando al pie de las mismas, se detuvo sin más.

Al fondo, un grupo de primero hacía los deberes, en las mesas, chicos de segundo se ponían al día con las tareas atrasadas y en varios sofás, chicos de grados superiores se pasaban los chismes más recientes o jugaban a los naipes o el ajedrez. Pero en la chimenea, en el sofá principal, estaban los cuatro.

Sirius con su cabello hasta los hombros, sus ojos grises juguetones y su risa alborotadora. Roselind con sus pecas, sus ojos azules inocentes y su sonrisa traviesa. Remus con la cara arañada, la sonrisa tímida y el semblante pálido. Peter, con su sonrisa de niño tonto, su cabello picándole los ojos y su siempre encorvada postura tímida y asustadiza. Sus cuatro hermanos. Sus amigos. Por los que daría la vida, por los que embrujaría a cualquiera, por los que se lanzaría desde un hipogrifo al lago negro o por los que recibiría sin chistar alguna maldición imperdonable.

Los Merodeadores... Sus merodeadores incondicionales e irremplazables.

Y justo al lado, en el sofá siguiente, charlando animadamente con Alice, Marlene y Mary, estaba Lily. La chica de cabellos rojos, de ojos verdes y carácter indomable. La mujercita de catorce años que le gustaba tanto como la llegaba a detestar. Y es que Lily se hacía querer, era hermosa y dedicada, era sincera, era alegre, era entusiasta y era valiente. Era una Gryffindor desde la raíz del pelo hasta la punta del pie, era de corazón puro y de espíritu indomable.

Era fuerte, audaz, astuta. Era poderosa. La primera de la clase, la mejor en Pociones, la mejor en ganar puntos. Con su varita, James había visto como transformaba a su lechuza "Platón" en maleta, había visto como aturdía a un alumno en una práctica de Encantamientos y cómo conjuraba adornos navideños para ayudar a Flitwick a adornar el aula.

De repente, los demás se esfumaron y entonces solo fueron visibles, Sirius, Roselind, Remus, Peter... Y Lily. Sus hermanos, sus amigos, sus acompañantes fieles e incondicionales y la chica chica que quería, la que lo emocionaba. A la que detestaba, admiraba, a la que simplemente estaba comenzando a adorar.

Y así, con el cuadro perfecto de sus hermanos y su primer amor en la mente, James movió sutilmente su mano, con la sonrisa bien tatuada en los labios y el corazón latiendo de alegría.

¡Expecto Patronum! —pronunció y cómo con Sirius, su varita tampoco dejó salir volutas de humo y en vez de eso, algo más comenzó a surgir.

Primero era imposible saber que era, luego se volvió más complicado aún, pero cuando se hubo formado del todo, lo que los Merodeadores vieron, los dejó impresionados. De la varita de James, una hermosa cornamenta había comenzado a formarse, primero, las puntas, luego las astas enteras y finalmente, un hocico delgado, un cuerpo esbelto, pero fuerte. Una pose imperial, una presencia digna y un ciervo esplendoroso que dejó las bocas de Sirius, Roselind, Remus y Peter bien abiertas.

Ni más ni menos, el glorioso James Potter tenía por patronus, un hermoso ciervo plateado. De astas enormes, de cuerpo perfecto, una representación asombrosa y una forma digna de ser elogiada. Con una sonrisa, James contempló su patronus y como sus amigos, quedó maravillado.

₁ 𝐋𝐚𝐬 𝐞𝐬𝐩𝐢𝐧𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐫𝐨𝐬𝐚 ━ 𝐌𝐞𝐫𝐨𝐝𝐞𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora