Promesa en llamas

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—Rápido, no tenemos tiempo que perder, el fuego se está extendiendo, hay que salir de aquí.
—¡Pero mi familia todavía está dentro!
—Tendrán suerte si son devorados por las llamas en vez de ejecutados. Hazme caso y olvídate de ellos, ya estarán muertos. Salva tu vida, que al menos sus muertes tengan algún tipo de significado.
La desesperación se mezclaba con la ceniza y el humo. Angustia, impotencia, injusticia, dolor, rabia.
No, no, no; aquello no podía acabar así, muertos como perros ante la caída de un reino que no supo sofocar las llamas de una rebelión por la incompetencia de un rey que le importaba más dar fiestas donde se gastara mucho en comida y bebida que dar de comer a su pueblo.
El hombre apretó los puños, tomó una gran bocanada de aire hasta llenar sus pulmones y luego expulsó todo el aire para dirigirse al guardia.
—Yo no sería menos escoria que los rebeldes si dejara morir a mi familia por salvar mi pellejo —respondió agitando el brazo para liberarse del agarre del soldado—. Si debo morir, será protegiéndolos.
El hombre con armadura dio unos pasos hacia atrás haciendo una mueca, no entendía esa estupidez que acababa de decir.
—Vale, si quieres morir aquí, tú mismo. Yo me largo, este reino no tiene salvación, cualquier cosa es mejor que permanecer un minuto más en este infierno. Púdrete aquí con tu carbonizada familia si tanto lo deseas, maldito loco.
El hombre hizo un gesto de negación con la cabeza, esbozando media sonrisa.
—Cuando tienes a alguien a quien quieres proteger con toda tu alma, puedes aguantar hasta el mismo infierno.
Le dedicó un saludo de despedida después de haber tomado otra gran bocanada de aire hasta que no pudo mas, y arremetiendo con el hombro contra la puerta casi rota se internó en la casa hasta desaparecer entre el humo.
—¡Clarise, Jelena! ¿dónde estáis?
El fuego iba devorando el techo y las paredes de la casa a una velocidad preocupante.
—¡Papá! —gritó la voz de una niña tosiendo.
El hombre miró directamente hacia el sótano, la alacena de la casa donde guardaban la comida.
—Ya voy cariño, aguantad.
No lo dudó ni un instante y se lanzó a la carrera hacia el sótano, esquivando las llamas como podía, evitando tocar la madera con las manos desnudas.
Giró su cabeza, y con la mirada encontró una tela gruesa que milagrosamente no había salido ardiendo, envolvió su mano con ella y la usó para coger un pedazo de viga del tamaño de una porra, lo suficientemente pequeña para cogerla con una mano, y lo bastante contundente como para romper aquello que se pusiera delante.
Después de varios intentos, la puerta finalmente cedió, y el humo entró detrás de él.
—Jelena, ¿dónde estas, cariño? —preguntó angustiado el hombre.
Un brazo consiguió asomar entre varios sacos de arroz a medio quemar.
—Estamos aquí. Papá, ayúdanos. Mamá... mamá tiene las piernas atrapadas y no puedo sacarla. —decía la niña entre lágrimas, la cara cubierta por manchas de hollín y ceniza.
De un brinco, atravesó el barracón de sacos y se plantó delante de su familia.
—¡Clarise! —gritó el hombre.
—Querido...llévate a Jelena, yo no puedo.
—No, mamá. Papá puede salvarte, sé que puede. —intervino entre lágrimas.
Las piernas de la mujer estaban completamente destrozadas bajo la viga, habría roto completamente el hueso casi con total seguridad, y no tenían tiempo de preparar una camilla para sacarla de allí.
—Jelena... he tenido la suerte de poder vivir lo suficiente como para poder criarte y verte crecer, ahora es momento de que te vayas.
—No, todavía tienes mucho que enseñarme. No sé nada del mundo exterior, aun soy una niña. —respondió llorando más fuerte.
—Aprenderás.
—Mamá...
La mujer se dirigió hacia su esposo, dedicándole una cálida sonrisa.
—Querido, asegúrate de que nuestra hija esté a salvo, ella es lo único que importa.
Unas lágrimas casi resecas por el calor abrasador resbalaron tímidamente por la mejilla del hombre.
—Clarise, yo...te lo prometo.
Cogió por la cintura a su hija, se la echó al hombro y dio la vuelta para salir de allí lo más rápido que le permitieran sus piernas.
—¡Mamá, no! —chilló la niña extendiendo el brazo intentando alcanzar a su madre moribunda.
—Crece fuerte, cariño. —dijo su madre con las últimas fuerzas que le quedaban, justo antes de que el sótano se derrumbara completamente engullido por el fuego.

Promesa en llamasWhere stories live. Discover now