Lee Jeno

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—¡Ya basta Jeno, no hay día que no dejes de molestarme!— Un suspiro pesado salió de los labios de la mujer. —Ni siquiera sé para qué te tuve, no fuiste más que un estúpido error...— La botella cayó sobre la mesa dejando que todo el alcohol la regara. La mujer posó sus manos sobre la mesa, parándose de forma sumamente brusca, yendo en dirección del pequeño Jeno qué asustado, se acurrucaba en el suelo abrazando sus piernas junto a un incontenible llanto. —Deja de llorar, niño inútil...— Una patada fue directa al estómago del pequeño, el cual vomitó del dolor, asustándose más por la reacción que pudiera tener su madre que por sus propias consecuencias. —¡Mami, perdóname!— El menor buscaba limpiar su vómito, secándose las lágrimas, quedando sucio en un torpe intento de solucionar las cosas. —No me llames madre. Limpia toda esa mierda.— La mujer se fue a su cuarto, encerrándose con llave, mientras el joven Jeno buscaba la manera de estar limpio. Luego de dejar todo en orden con gran esfuerzo debido a su dolor abdominal, fue a su habitación, enrollándose entre sus mantas mientras abrazaba con fuerza su almohada llamando a su difunto padre. —Papi... por qué me dejaste solo...—

La noche corrió en vela y, dadas las seis con cuarenta y siete minutos de la mañana, Jeno tomó el atrevimiento de cruzar su puerta. No había rastros de su madre. Lo más seguro es que siguiera dormida en su habitación, por lo que el pequeño se apresuró en vestirse, asearse y comer. Ya listo, tomó sus cosas y salió de la casa provocando mínimo ruido. El pequeño niño caminaba solo por las frías calles en la mañana yendo hacia la escuela, expuesto a cualquier peligro.
—Jeno... ¿Otra vez solo? Tendré que hablar con tu mamá—. Los ojos del niño se abrieron de tal manera que rogaban un no por respuesta. —Mamá está muy ocupada, no podrá venir—. Era evidente en su tono de voz que el chico mentía. —¿Seguro hijo?— Jeno solo ignoró a su profesora y caminó rápidamente hacia el salón sentándose al fondo sobando su estómago disimuladamente.

Las clases empezaron normalmente, pero los dolores de Jeno se agravaron mediante pasaba el tiempo, ya comenzaba a quejarse de vez en cuando llamando la atención de sus compañeros. —Jeno ¿te sientes bien?— Chenle, su compañero de asiento, había notado como su amigo sobaba su barriga constantemente, por lo que terminó yendo donde su profesora a contarle lo que sucedía, la maestra, por su parte, caminó hacia el pequeño Jeno consultándole. —Cariño... ¿te duele la pancita?— Algo parecía haber incomodado al pequeño, pues sus cejas se fruncieron y su actitud se volvió violenta rápidamente. —No, no me duele— Jeno estaba completamente consciente del moretón que llevaba en el abdomen y del dolor que sentía, pero no iba a dejar que nadie lo viera, pues no quería tener problemas en casa nuevamente. —No mientas Jeno, has estado quejándote todo el día— Chenle lo miró angustiado para luego llevar su vista a la mujer que se encontraba frente a ellos. —¡No me duele y no te metas Chenle!— Jeno, desatado en angustia, se cruzó de brazos para evitar que lo revisaran, pero al sentir el mínimo roce de su maestra, soltó patadas en un intento de escaparse. —¡Suélteme, no me toque!— Sus mejillas rebozaban en lágrimas saladas, sus brazos y abdomen llegaban a arder de la fuerza con la que apretaba. —¡Jeno, basta! Saldrás conmigo a ver qué pasa— La profesora, como era de esperarse, salió con el pequeño niño hacia la enfermería, quizá lo habría hecho en el momento más inoportuno posible, pues, se había presentado el recreo, pero eso no importó, ella notaba algo extraño y quería saber qué pasaba.

—Hola, ¿hablo con la señora Lee?— En enfermería lograron calmar al pequeño, se dieron cuenta del terrible moretón que llevaba en su abdomen junto a un par de heridas escondidas bajo su ropa. La maestra había estado tratando de comunicarse con su madre por bastante rato hasta que, finalmente, lo había logrado. —Disculpe las molestias, pero le hemos encontrado a su hijo Jeno un terrible moretón y heridas por su cuerpo... ¿Usted tenía noción alguna de esto?— La mujer tras la línea tardó en responder, pero sus palabras parecían ser cada vez peores. —Sí, lo sabía, ya las había visto. ¿Para eso me llamaron? Es un niño, juega y se cae, es normal que se lastime. Ahora, por favor, no vuelva a llamarme por estas tonterías que no me importan— La mujer colgó el teléfono y su maestra angustiada comenzó una serie de preguntas hacia el pequeño niño. —¿Cariño, cómo te has hecho todo esto?— El menor agachó su cabeza y tardó en responder —Me caí...— La maestra repitió su pregunta. —¡Le estoy diciendo que me caí!— Jeno estaba nervioso, sabía que no se vendría nada bueno al llegar a casa, por suerte, su maestra lo dejó irse nuevamente al salón, donde continuó toda su jornada en un silencio indescriptible por parte de un niño de su edad. Chenle, quien en ese momento era su único amigo, le pidió disculpas y lo abrazó antes de que ambos se fueran nuevamente a sus hogares. Quizá, ese haya sido el último abrazo sincero que Jeno recibiría por mucho tiempo.

Jeno ya estaba en casa, eran aproximadamente las seis con cincuenta de la tarde y el corazón del pequeño se aceleró completamente cuando sintió la puerta de su casa abrirse. No le asustaba que fuera un ladrón, sino, que fuera su propia madre. —¡Eres una maldita basura!— Su madre venía borracha nuevamente. —¡Ven aquí, maldito engendro de mierda!— Jeno desesperadamente comenzó a llorar y a temblar en su habitación, pero si no obedecía sabía que sería peor. —Aquí estoy mamá...— Su voz estaba completamente quebrada y su vista iba directamente al suelo todo el tiempo. La mujer abofeteó al pequeño y volvió a gritarle. —¿Cómo es que la perra de tu profesora te vio todo eso?— Jeno sentía ganas de vomitar. —Yo no le dije, mami, te lo prometo— Los latidos de su corazón retumbaban en su cabeza del pánico que sentía. —¡Ya estoy cansada de ti, maldito, mentiroso de mierda!— La mujer lo empujó dejando que el pequeño se golpeara en la cabeza, lo tomó del brazo arrastrándolo hacia el baño tratando de ahogarlo en el inodoro. Todo se fue en negro.

Afortunadamente, el pequeño Jeno despertó, desorientado, miró a los lados escupiendo un poco de agua, se dio cuenta de un misterioso silencio y en un acto de desesperación, salió de casa corriendo hacia unos policías que se encontraban cuidando las calles. —¡Ayuda, me quiere matar!— Los policías se alertaron al ver al pequeño empapado por completo, se acercaron a él y le preguntaron qué había sucedido. —Mamá llega y me golpea... ¡pero ahora intentó matarme, no podía respirar!— Jeno no dejaba de temblar y de llorar, pero armado de valor tomó la mano de uno de los policías quienes lo llevaron hacia su casa. —¿Es aquí cariño?— El pequeño asintió. —¡Policía, tenemos derecho a entrar!— Todos entraron a la casa, la cual estaba raramente silenciosa. —¿Dónde está tu mamá hijo?— El chico apuntó hacia la habitación de su madre. —Nosotros entraremos primero, ¿bien, chico?— El policía mayor movió la perilla de la puerta y su vista fue hacia la madre del joven Jeno, la cual estaba desvanecida en la cama. No respiraba. La mujer había muerto probablemente alcoholizada o por una sobredosis.

Desde ese día Jeno terminó viviendo con su tía paterna, la cual no veía hace un par de años, a pesar de que vivía bien, no se sentía a gusto y creció siendo un chico reservado, empático, pero bastante depresivo, se preocupaba más por los demás que por él, por lo que se desvivía a diario para no ser un problema para nadie.

El paciente perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora