Traté de sosegarme, pero fue inútil porque a mitad de camino el auto comenzó a fallar hasta que, repentinamente, se apagó.

Había olvidado llenar el tanque de gasolina.

Me sentí estúpida.

Intenté cuanto pude ponerme en marcha, girando la llave y tratando de encenderlo, pero no dio resultado.

—Creo que ni al Pato Lucas que tiene la peor suerte del mundo, le habría pasado esto —bufé al girar la llave por última vez.

Después de que me rendí, miré a través de las ventanas. Alrededor no había más que terreno vacío, algunos árboles y la continuación de una carretera solitaria.

Suspiré e intenté de nuevo encender el auto, pero no lo logré, así que me dispuse evaluar mis opciones. Podía quedarme ahí hasta que el auto encendiera ―algo que probablemente no iba a suceder― o podía bajarme y caminar hasta encontrar otro para poder seguir.

Con suerte algunas veces se encontraban autos en las calles que llegaban a funcionar, lo malo era que olían muy mal porque algunos tenían cadáveres dentro, sin embargo, no todo el tiempo eran conducibles.

Lo medité por unos segundos. ¿Qué podía sucederme si caminaba por la carretera entre la noche? Pues nada, porque estaba sola. A veces era tan cobarde que tenía que recordarme a mí misma las sabias palabras que mi padre me había dicho un día:

«El mayor peligro en la tierra es el hombre, y cuando ya no exista habrá verdadera paz».

Sin humanos no había peligro. Pensar que podía sucederme algo, era ridículo. No había nada que temer, nada podía dañarme.

Guardé en la mochila todo lo que necesitaba, volví a ponerme la máscara y salí del auto cerrando la puerta tras de mí. Casi escuché un eco.

Avancé justo por el centro de la calle. Después de media hora, aún no había señales de algún otro auto. Ya había pasado por esa carretera, pero por alguna razón no recordaba en donde había visto uno por última vez.

Me detuve en donde había un árbol para poder descansar las piernas. Pensé en sentarme durante unos minutos, pero mientras estudiaba los alrededores mirando a todos los ángulos posibles, algo llamó mi atención.

En el tronco del árbol había un grabado. Cuatro letras que se cruzaban como si alguien las hubiera tallado para formar algo significativo. En cuanto alumbré con la linterna, detallé a la perfección lo que decía:

L. R. A. I.

Me pareció raro. Para mí lucía como algo simbólico. Era una «L» de... ¿Levi? No. ¿Por qué lo relacionaba todo con él? ¿Por qué no solo lo dejaba pasar? Pero y si era de Levi, entonces, ¿las demás letras qué significaban?

No, definitivamente no podía ser así. Estaba vinculando todo al tema del diario y debía dejar su recuerdo en paz. Era insano seguir creyendo que el chico estaba vivo. Sin embargo, las iniciales lucían tan intrigantes, como si a gritos pidieran ser investigadas.

Negué con la cabeza. Si había algo peor que ser cobarde, era ser un cobarde con un gran instinto curioso. Temía enfrentarme a algunas situaciones, pero me gustaba la sensación de llegar hasta la situación. Siempre experimentaba ese: «quiero hacerlo, pero a la vez no». Era curiosa pero no arriesgada. Me gustaba el misterio, pero era asustadiza, así que entraba en batallas épicas contra mí misma para saber qué debía hacer. Pero en ese momento no había batalla que librar, lo único que tenía que hacer era ignorar la marca, ignorar el diario, cohibir mis impulsos y regresar a casa.

Me levanté de la base del árbol para seguir mi camino y entonces observé algo más.

Había una flecha tallada justo por debajo de las letras, y señalaba el camino de tierra que se formaba más allá de la carretera. Estaba muy oscuro en esa dirección porque no había concreto, ni una orientación específica, pero después de haber visto la flecha casi como una indicación, la curiosidad y la intriga me latieron por todo el cuerpo.

ASFIXIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora