Rhaegar avanzó por el pasillo del que parecía que venía la voz. La ausencia de guardias no pudo contra su curiosidad. Pronto encontró al misterioso cantante. Iba vestido como una caballero, con una combinación de colores azules que Rhaegar no supo adjudicar a ninguna casa que conociera, y su pelo rubio era casi blanco. Al joven príncipe no le sonaba haberlo visto antes por la fortaleza, pero eran sus tíos los que se ocupaban de esos asuntos.

Debió de haber hecho algún ruido sin darse cuenta, porque el caballero desconocido se giró hacia Rhaegar.

Al principio, cuando se miraron el uno al otro, Rhaegar las historias sobre asesinos sanguinarios de príncipes, las historias favoritas de sus tíos. Pero en los ojos de aquel hombre no había ningún asomo de sed de sangre descontrolada, y al ver que Rhaegar era solo un niño, el caballero sonrió.

—No deberíais cantar por la noche, ser —dijo Rhaegar. Le pareció que ser el primero en hablar era lo adecuado para un príncipe.

—¿Te he despertado, niño? —lo dijo sin ningún tacto. Rhaegar no estaba acostumbrado a que nadie le hablase así. Era el un príncipe y debía ser tratado como tal según su tía Sansa. Aquel hombre no debía de saber quién era, porque si no, no le hablaría así.

—No, ser... Ya estaba despierto cuando os oí. Yo... quería saber cómo termina la historia.

—Todo el mundo sabe su final: la ciudad de los dioses es destruida por una maldición. ¿Nadie te enseñó sobre Valirya?

—Sí, pero es que... me gusta mucho su voz. Canta usted mucho mejor que otros.

—Soy un caballero, no un bardo, pero gracias. Dime, niño, ¿vives aquí? Incluso el siervo más humilde debe disfrutar de los mejores músicos viviendo en la Fortaleza Roja.

—Vivo aquí, ser, y sí, oí a muchos bardos. ¿Conoce a Serhat, el primer y único bardo dothraki?

—Por desgracia. Ahora entiendo que te guste tanto yo. Soy mucho mejor.

—A mi tío le encanta, tal vez debería cantar para él.

—Tal vez. Bueno, niño, ¿qué tal si me acompañas a buscar a mi señora? Ya que no puedes dormir, hazme compañía.

—¿Saldremos de la fortaleza?

Ya era muy peligroso salir en mitad de la noche de si cuarto sin guardias como para ir con un desconocido.

—No, mi señora ha bajado a las criptas —respondió el caballero—. Quería ver las calaveras  de los dragones.

Rhaegar y Thorin habían estado allí abajo en varias ocasiones para recibir clases de historia sobre los dragones y sus jinetes o solo por curiosidad. Ambos preferían la compañía de sus dragones, Aleunam y Atram, antes que estar entre calaveras.

El desconocido acabó su canción y esta terminó justo como había dicho: Valirya caía bajo una maldición eterna.

—Es muy triste —dijo Rhaegar casi al borde de las lágrimas por la historia y la voz melancólica del narrador—. ¿Quién lanzaría una maldición a un lugar tan bello?

—Valirya retó a los dioses y pagó las consecuencias. —El caballero se encogió de hombros—. Los asuntos de dioses son demasiado complicados para hombres simples como nosotros.

Llegaron a las profundidades de la fortaleza, allí donde descansaban los restos de los dragones de sus antepasados. Desterrados de su lugar legítimo en la sala del trono por Robert Baratheon el Usurpador, todavía nadie había dado el primer paso para devolverlas a su sitio.

Una mujer, vestida con los mismos colores que el caballero, miraba una enorme calavera que Rhaegar reconoció como la de Balerion.

—Fascinante —murmuró la mujer—. Debió de ser una gran criatura en vida.

La segunda danza de dragones.«Khal Drogo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora