Está vez el suspiro fue de ella.

—Sabes que es complicado lo que pides —me dijo poniéndose de pie.

—¿Acaso todo es complicado?

—Todo no. A veces creo que eres tu el que lo complica todo.

Esas palabras fueron como un puñal en mi pecho. Un puñal que llegó en el momento en que mas débil me encontraba.

—¿Ahora es mi culpa? —reí irónicamente sin poder controlar el tono de mi voz que iba en aumento—. ¿Acaso es mi culpa no poder tener la vida que deseo? ¿Es mi culpa estar encerrado en esta cárcel de vida?

—No estoy diciendo eso. Estoy diciendo que quizás podrías mirarlo todo desde otra perspectiva.

—¿De qué perspectiva me hablas? Si estoy lejos de todo lo que amo y mas aun de la vida que en verdad deseaba para mi.

—Bueno, al menos tu has tenido la oportunidad de conocer esa vida. Yo estoy encerrada aquí desde que tengo consciencia. Ni siquiera tuve la posibilidad de conocer otro estilo de vida. Deberías agradecer eso.

—Fatima. No voy a agradecer idioteces. ¿Bien? No me pidas eso porque no me consuela ni un poco. Lo único que te pido es que hagas algo para que yo pueda ir al viñedo. Es lo único que te pido.

—Estas siendo muy injusto conmigo. Yo no te he obligado a estar aquí ni a tomar la decisión de seguir este camino juntos. No entiendo por qué te enojas conmigo —la voz de ella se quebró hacia el final de la oración y eso hizo que tome consciencia de todo lo que estaba diciendo.

Era cierto. Ella nunca me había obligado a nada. Desde siempre la decisión había sido mia, pero obligado por mi padre y por todo lo que implicaba un no.

Pero como no tenía con quién enojarme, solía hacerlo con ella que era quien mas tiempo pasaba conmigo.

La tomé de la mano y la acerqué a mi para rodearla en un abrazo.

—Lo siento. Es que estoy mal y no controlo mis palabras.

—¿Qué nos está sucediendo? —masculló ella desde mi pecho.

—La presión de la coronación. Eso nos está sucediendo.

—¿Y qué hay del amor que nos teníamos y todos los planes a futuro?

Esa pregunta me puso en jaque. Todo mi cuerpo se tensó y ella pareció notarlo, porque dio un paso hacia atrás para mirarme a los ojos.

—Esos planes ya no existen... Lo sabes.

—¿Y el amor?

Hacía tanto que no lograba conectar con ese sentimiento que ni siquiera pude pronunciar palabra que diera respuesta a la pregunta.

—Gio... Me he dado cuenta. ¿Sí? No necesito que me mientas ante algo que se siente.

—¿Qué se siente?

—Que lo nuestro ha muerto. Se siente. Yo lo siento.

—¿Por qué lo dices?

—Porque todo se siente como una continua actuación. Nuestros momentos juntos se limitan a las cámaras y a la imagen que debemos mantener hacia el afuera. Todo lo que vivimos antes de esto no lo he vuelto a sentir. —Hizo una pausa, respiró profundo y cerró los ojos antes de pronunciar la siguiente pregunta—. Necesito saberlo, ¿aun me amas?

Hice mi esfuerzo por conectar con el sentimiento, lo busqué dentro mío, busqué la sensación que me había unido a ella en un principio... Y no logré hallarla.

Abrió los ojos y me observó con cuidado.

No dije nada. No pude.

—El silencio me basta —dijo con voz fría antes de dirigirse a la puerta para salir de la habitación.

La vi alejarse y dejé que se fuera. No corrí tras ella como lo hubiera hecho tiempo atrás. No me nacía hacerlo.

Me recosté en la cama y pasé mis manos por mi cara, intentando asimilar lo que había ocurrido y las consecuencias que podía traer esto a futuro.

¿Acaso esto influiría de algún modo? ¿Había alguna posibilidad de que mi silencio terminara por destruir lo que estaba tratando de mantener en pos de mi familia?

Mi corazón se aceleró. No de miedo, si no de esperanzas.

En aquel momento, lo que menos tenía era miedo.

Y con esa fuerza, con esa valentía que parecía nacer en mi interior, salí de la habitación con un único destino.

Porque entre tanta turbulencia solo había un rostro que parecía traer calma y claridad al presente. Y fui a su encuentro.

Vistiendo a la realezaWhere stories live. Discover now