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Ese horrible olor que solo los hospitales tienen, esa horrenda sensación de ser observado por todos disimuladamente. La actitud fría y antipática de la recepcionista, o el molesto tic tac del reloj. Se aferró con más fuerza a la terca tela de sus jeans y apretó los dientes, en definitiva, odiaba los hospitales.

La hora transcurría lenta, perezosa e insultante. El banco de plástico azul le lastimaba la espalda y bajaba sus ánimos. No eran solo por su cita con su psicólogo, era también el ambiente. Tan triste, arrastrándolo hacia la apatía.

Muchas veces se levantó y se dirigió a la salida, pero nunca se atrevió a cruzarla. Se tiraba del cabello, se mordía el interior de la mejilla, estiraba los cordones de su sudadera verde. Finalmente termino sentado en su respectivo asiento, encorvado y con las manos hundidas en su naranja cabello.

Por lo menos esperaba que su terapeuta no fuera un anciano que hablara exageradamente lento.

Echó la cabeza hacia atrás, empezó a quedarse dormido. La recepcionista se aclaró la voz y lo llamó.

– ¿Pico? El Doctor Roses te verá ahora.

El nombrado se levantó y agradeció con un ligero movimiento de cabeza, sin mediar palabra. Antes de que desapareciera por el corredor, la joven le indico que su sala era la número nueve. Él se alzó de hombros, tenía el cuerpo adolorido y no sabía decir por qué.

Toco suavemente a la puerta de madera blanca frente suyo, sintiendo las palpitaciones del flujo sanguíneo en la cabeza. Escucho unos firmes y lentos pasos acercarse, para luego ver girar el pomo lentamente. Era hipnotizador, y ligeramente emocionante.

El galeno se inclinó ligeramente hacia la izquierda mientras le abría. Lo recibió con una sonrisa cálida que él no devolvió. Amablemente, termino por abrir toda la puerta y lo invito a pasar, no sin antes asegurarse.

– Usted es Pico Bracher ¿No es así?

– El mismo – Contestó sin ánimos.

El doctor cerró la puerta suya y le indicó que se sentase en una cómoda silla acolchada frente a su escritorio. Mientras Pico caminaba el pequeño recorrido de la entrada hasta el asiento se puso a analizar al hombre frente suyo. Se veía demasiado joven y atractivo, probablemente se trataba de uno de esos recién graduados que habían ingresado a la universidad a sus quince. Su voz era suave y calmada, de una pasividad notable. Se fijó en sus manos, en las cuales no llevaba anillos o alhajas; también noto que las tenía bien cuidadas. Sus dedos eran largos, largos y blancos. Las manos de un médico, coronadas por unas perfectas uñas bien recortadas. Se fijó en su cabello, que a la vista asemejaba esponjosidad. Y cuando paso frente suyo para situarse detrás del escritorio, pudo notar su aroma a colonia de lavanda; así que llego a la conclusión de que se trataba de un narcisista. Un narcisista ridículamente atractivo y soltero.

También llegó a pensar que se trataba de un cabeza hueca, de esos que se jactan de sus estudios en el extranjero y tiene la pared repleta de diplomas de Universidades con los nombres más largos y extraños que se le podían ocurrir. Sin embargo, descartó esta idea, pues en la pared no estaba colgado más que un armarito blanco cerrado y sobre la mesa se hallaban un portátil, lo que parecía ser una bitácora y un tarro con algunos lapiceros. Nada más.

Notó sus dedos entrelazándose entre sí y descansando sobre la mesa, en paz. Notó también el lapicero con un dije de corazón en la punta colgado del bolsillo de su bata.

Luego lo miro a él.

– Buenos días, Pico. Muy bien, dime ¿De qué quieres que hablemos hoy?

Por algún motivo, lo primero que vino a su mente fue el tremendo odio que le tenía a su jefe en el supermercado. Apretó los dientes y se obligó a pensar en otra cosa. No se le ocurría nada que no terminase en un lugar no tan bonito.

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⏰ Last updated: Sep 08, 2022 ⏰

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𝓣𝓻𝓪𝓷𝓼𝓯𝓮𝓻𝓮𝓷𝓬𝓲𝓪 (PicoPai)Where stories live. Discover now