Narra Miguel García.
A las seis de la mañana subo a casa con mi hermano pequeño casi a caballito. Se ríe.
- ¿Quieres no levantar la voz? –cuchicheo, malhumorado-
- Te dije que me quedaba allí, que Alberto vivía enfrente.
- No me fío yo de ese tipo. Venga, enderézate sobre tus piernas, carajo.
A él le da por creerse peso pluma y reírse hasta del aire que sopla, y a mí por tener sueño, mucho sueño. Y ¿qué pasa cuando alguien tiene sueño y no ve la hora de meterse en la cama? Exacto. Que coge un cabreo de aquí a Japón.
A eso súmale que vi con mis propios ojos cómo se aprovecharon de Pablo y de su sed sexual. Ese tal Alberto no ha resultado ser tan majo como parecía. Lo ha emborrachado y de repente hemos visto a mi hermano encima de la barra en unas condiciones pésimas. Carlos se ha enfrontado al chaval al ver a su amigo así por su culpa. Hemos cogido un taxi nosotros tres y otro los demás y nos hemos vuelto.
El veterinario entra a su casa y se mira al espejo, que le devuelve una imagen sangrienta, vergonzosa, acompañada de las colas en movimiento de sus compañeros caninos, que lo miran preocupados.
Al fin y al cabo, si él no hubiese dicho de celebrar su futura paternidad, nada hubiera sufrido Pablo; piensa. Todo fue culpa suya.
Pili estaba despierta desde las cuatro. Se despertó por las náuseas del embarazo y, al no tener a su marido al lado, no pudo volver a conciliar el sueño.
- Por fin –suspira yendo al recibidor, donde hacía a Carlos saludando a sus perros, pero se asusta al ver la realidad-.: ¿Qué te pasó, amor?
Se abrazan. Él acaricia la melena, por cierto, pelirroja de su chica y suspira.
- Tengo que curarte eso –sigue ella, nerviosa, refiriéndose a su rostro-. ¿En qué lío te has metido, chico?
- Le he dado su merecido a un cabrón que no merece vivir –murmura separándose de su mujer y quitándose la camiseta, que la lanza al sofá. Se pasa las dos manos por el pelo y suspira profundamente-. Y, obviamente, no estaba solo.
- ¿Por qué? –espera una respuesta digna de todo lo que le han hecho-.
Carlos la mira y se mofa. Va a buscar un buen trago de agua a su nevera.
- ¿Por qué te ríes? –reclama ella siguiéndolo a la cocina-
- No tienes ni idea del daño que me han hecho.
- ¡Pues claro, si no me lo dices!
- Han violado a Pablo –anuncia él abriendo el frigorífico y cogiendo la jarra-.
Pilar se queda sin palabras. Bueno, dice:
- ¿Cómo está?
Carlos bebe a gallo como si estuviese deshidratado. Que ya te digo yo: no lo está.
- ¿Él? Peor que un yonqui. A saber, lo que le metió ese perro en la copa –suspira-. Un poco de camita y mimos de mis niñas no me vendrían mal.
- Dale, ve acostándote y voy a por agua oxigenada y algodón.
Yo, mientras, soy mártir del instinto de mi madre. Y mi hermano, satisfecho por el tacto de sus sábanas, en cierto modo también lo es.
- Pero ¿qué te han hecho, niño? Puma, vete –le ordena mi madre al perro, que no paraba de lamerle el rostro a Pablo. La obedece-.
- ¡Mi chucho! –protesta él-
- Hasta que no me digas qué pelotas te han hecho no lo voy a llamar.
- Mama, lo han drogado...
- ¡¿Y tú por qué no lo has impedido!? –me reclama-
- A ver, ¿aquí qué carajos pasa?
La que faltaba.
- Lara, vete a dormir, que es temprano.
- Pues no. Es mi hermano también, ¿sabes?
- Yo sí me voy a dormir –balbuceo-.
- Tú me vas a decir qué le han hecho –me atrapa del brazo-.
La supuesta víctima empieza a roncar placenteramente.
- Se merece una patada en los cojones –le digo a mi hermana-.
A ella, en realidad, esto le parece lo más surrealista del mundo. Se está aguantando la carcajada más gorda de su vida.
- Esa boca –lo defiende mi madre-. Mañana no salís ninguno de los dos sin que sepa qué ha pasado.
- Ay, ma, han salido de juerga, ya estuvo –Lara intenta quitar peso-. Van borrachos.
- Tú a acostarte ya.
Así lo hago.
Tres horas después Bruno se despierta. Sonríe al ver a su prima a su lado. Está despierta. Pero no se ha dado cuenta de que se ha despertado él.
- Placaje –exclama mi hijo quedándose encima de ella-.
- Qué susto me has dado.
Ambos se ríen. Laya aprecia la risa de recién despierto de su primo. Le da mucha ternura.
- ¿Desde cuándo estás en mi territorio?
- Hace una hora y poco –sonríe ella-.
- ¿Y eso?
- No quería estar sola. Y me das mucha paz.
- Otra crisis –resume él-.
Sí. Pero no quería decirlo.
- Lay.
- ¿Qué?
- ¿Lo hiciste?
- ¿El qué?
Bruno resopla. Odia que se lo tome con tanta naturalidad.
- ¿Te hiciste algo?
- Estoy para encerrar en un manicomio –solloza ella-.
- No, tata. No estás para encerrar en ningún lado, ¿vale?
- Si no soy más que un obstáculo para todos. Para ti.
- ¿Para mí?
- Sí. Porque no haces nada sin mí. Pareces un esclavo.
Mi hijo la abraza y le presta sábana.
- Si no hago nada sin ti será porque te adoro.
También podría ser.
- Porque eres mi mejor amiga y no sabes la suerte que tengo teniéndote a mi vera en todos los planes.
YOU ARE READING
Las historietas de Benatae [EN PROCESO]
HumorUn pueblo al noreste de Jaén, España. Un grupo de amigos. Familias. Animales. AVISO: Este relato no tiene trama fija, su intención es transportar al lector a otro mundo y divertirlo. Ambiente acústico en Spotify: https://open.spotify.com/playlist/4H...