Capítulo 116. Una buena persona

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Los labios de Mark dibujaron una escueta sonrisa, y sus mejillas se pintaron de rojo. El comentario al parecer le había provocado la suficiente pena como para voltearse hacia otro lado para disimularlo.

—Sólo un semestre más y veremos entonces, ¿sí? —susurró Ann con tono de complicidad—. Adelántate al auto, yo iré a ver qué hace tu primo.

Mark asintió, y tras acomodarse mejor su maleta al hombro, se dirigió rápidamente a la puerta, mientras Anna iba hacia las escaleras.

Si Mark tuviera que definir en aquel entonces qué opinión o relación tenía exactamente con Ann, hacerlo le resultaría ciertamente... complicado. Era la segunda esposa de su padre, y por lo tanto su madrastra; eso lo tenía bastante claro. Además de que se había casado con su padre cuando él tenía tres o cuatro años. Eso implicaba que había estado ahí con él durante casi toda su vida; mucho más que su madre biológica, a la que apenas y recordaba. Le era casi imposible retomar algún recuerdo de su infancia en dónde la hermosa mujer de cabellos oscuros y labios rojos no estuviera presente.

Y aun así, le era muy difícil poder verla como una verdadera figura materna. No la odiaba ni nada parecido; de hecho hasta podría decir que le tenía aprecio. Pero quería pensar que el sentimiento que le debía inspirar una madre verdadera debía ser más que sólo eso. Pero, ¿qué sabía él de madres en realidad?

Al salir por la puerta principal, vio el vehículo negro en el que Murray los llevaría a la academia. Pero también se sorprendió al notar un taxi color amarillo estacionado detrás de éste, del cual se estaba justo bajando su pasajero. Al reconocer a aquella persona, Mark se apresuró a bajar los escalones de la entrada para ir a su encuentro.

—Tía Marion, qué sorpresa —exclamó el muchacho con fuerza para llamar la atención de la mujer mayor. Ésta alzó de inmediato su mirada hacia él, y una amplia sonrisa desbordante de alegría adornó su rostro.

—Mark —exclamó la mujer, inclinándose hacia el muchacho para rodearlo en un cariñoso abrazo, y también darle un rápido beso en la mejilla—. Qué gusto haberte alcanzado antes de que te fueras. Pero qué grande estás.

—No exageres, tía —rio el chico—. No hace tanto que nos vimos.

—Para mí se sienten como si hubieran sido años —suspiró la tía Marion con algo de melancolía—. Ayúdame a subir estas escaleras, ¿quieres?

—Claro, permíteme.

Marion se agarró firmemente del brazo de Mark, y ambos comenzaron a subir paso a paso los escalones hacia la puerta principal.

—Mírate —masculló Marion mientras avanzaban—, te has vuelto la viva imagen de tu abuelo. Todo un Thorn.

—Gracias, tía.

Al llegar al final de las escaleras, dos sirvientes iban saliendo, por lo que Marion no perdió tiempo en indicarles que trajeran su equipaje. Estos se apresuraron a obedecer la indicación sin chistar.

Marion miró justo entonces de reojo hacia el interior de la casa, y en ese momento todo su humor pareció cambiar de golpe.

—Ese primo tuyo... ¿sigue aquí también? —musitó despacio, con voz árida y desdeñosa.

—¿Damien? Sí, está arriba, pero ya baja. ¿Quieres saludarlo?

—¿Tú qué crees? —soltó Marion con desdén—. ¿Cómo se ha portado?

—Bien, Damien siempre se porta bien.

—No es lo que he escuchado...

Mark no tuvo que preguntarle directamente a qué se refería. La tía Marion nunca había tenido muy buena opinión sobre Damien, pero ésta parecía haber ido a peor tras el incidente de Powell y su suspensión. Para Mark aquello no era justo, pues para él no había sido culpa de ninguno de los dos.

Resplandor entre TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora