Frunció el ceño. Tal vez no quería ayudarla.

«¿Qué tenía de malo Hufflepuff?»

—Ya basta —espetó su padre—. Sabes las reglas, Roselind. No hagas contacto con ninguna escoria. O de lo contrario… —la miró amenazante. Nada nuevo—. Ahora ve a Hogwarts, aprende y sé una verdadera Lestrange.

Sin más palabras, su padre le dio una última mirada seria y se alejó. Sin un abrazo o beso, aunque no es que Roselind lo esperase tampoco.

Rodolphus, igual de frío que su padre, pero con algo afecto hacía ella, le dio una leve palmada en la espalda y abordó el tren, en segura búsqueda de sus compañeros de séptimo.

Rabastan, indeciso, miró en dirección por la que había partido su hermano mayor, pero finalmente se agacho a su altura para darle un incómodo y rígido abrazo, si podía llamarlo así. No podía recordar con exactitud cuantos abrazos se habían dado a lo largo de su vida. Tal vez ese era el tercero.

—No nos decepciones, Roselind. Eres una Lestrange —le susurró al oído como si fuera un secreto, como si no se lo repitieran siempre. A los pocos segundos se separó y se fue sin mirar atrás, para también abordar el tren. Rabastan solo estaba en tercer año.

Siguiendo el ejemplo de sus hermanos mayores, subió finalmente al tren escarlata. Se preguntaba cómo reaccionarían si no entraba a Slytherin. Sentía más curiosidad que miedo. Bueno, no era del todo cierto. Si tenía algo de temor, y le preocupaba lo que dirían Rodolphus y Rabastan, pero solo por ellos. Hace bastante había dejado de importarle lo que pensara o dijera su padre.

Ya había acabado de mendigar su afecto.

—Rosie —en el mundo mágico, solo había una persona que la llamaba así, por lo que se dio rápidamente vuelta.

Allí estaba su rebelde amigo, Sirius Orión Black.

—¡Oh, Sirius! —exclamó dándole un rápido, y muy torpe, abrazo. No saber dar abrazos era de familia—. Hola.

— ¿Estas bien? —preguntó preocupado, cuando Roselind se separó con un leve rosaceo en las mejillas.

Lo había abrazado sin pensar.  

—Sí, sí—dijo Roselind restándole importancia—. Busquemos un compartimiento —añadió de inmediato para que no haga más preguntas. Sirius era insistente cuando quería.

Los pasillos comenzaron a vaciarse. Casi todos los compartimentos estaban llenos, pero finalmente se detuvieron en el último donde había una niña pelirroja y un niño de cabello azabache rebelde con gafas.

— ¿Podemos sentarnos aquí? —pregunto Sirius.

—Claro —contesto el azabache sin esperar opinión de la pelirroja. Sirius se sentó al lado de la niña dejando un gran espacio, mientras que Roselind al lado del niño—. Soy James.

—Me llamo Roselind —se presentó tendiéndole la mano elegantemente, como tantas veces había visto hacer a magos y brujas de la gran élite.

—Y yo Sirius —contesto su amigo, también tendiéndole la mano luego de James aceptara la mano de Roselind algo divertido. Tal vez no debió hacer eso.

— ¿Serio sobre qué? —Pregunto el azabache confundido.

Roselind dejó escapar una risita burlesca, a lo que Sirius rodó los ojos en su dirección.

—No, no serio —expresó corrigiéndolo—. Sirius. Ese mi nombre. Soy Sirius Black.

—Te faltó tu segundo nombre, Black —añadió con algo de maldad. Le gustaba meterse con Sirius.

₁ 𝐋𝐚𝐬 𝐞𝐬𝐩𝐢𝐧𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐫𝐨𝐬𝐚 ━ 𝐌𝐞𝐫𝐨𝐝𝐞𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬Where stories live. Discover now