One-shot: Aprender a nadar

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Damian Wayne vivía eternamente encantado con los ojos de Richard Grayson.

El héroe acróbata tenía la mirada más azul, amable y profunda que un asesino como él pudiera apreciar jamás. Aun cuando padre y Drake tenían los ojos de ese mismo tono, no era lo mismo. Ellos eran sólo un color.

Grayson, en cambio, además de la bella tintura, expresaba toda la ternura y amor posibles en sus miradas. A Damian le sorprendía su propia tolerancia a estos rasgos que siempre encontró tan detestables, pero es que con Grayson se sentía diferente. Más suave e íntimo. ¿Era acaso posible que sus ojos guardaran tanto brillo y profundidad?

El océano podría envidiarlo fácilmente.

Cada vez que Damian veía sus ojos, recordaba las veces que solía sentarse en las rocas de Nanda Parbat a contemplar el mar que rodeaba al palacio de los al Ghul. Cuando terminaba sus arduos entrenamientos y se relajaba allá, contemplaba el panorama. Sin importar si era de mañana, tarde o madrugada, las olas siempre estaban ahí, fuertes y elegantes, dándole una sensación de interés, satisfacción y calma.

Grayson también era calma y belleza, elegancia, fortaleza y convicción. Tenía la más fuerte de las voluntades, un poder arrasador que si bien podía llegar a ser tan destructivo como un maremoto, no lo era.

Porque él representaba esa parte del mar que no destruía, no mataba, no rompía. Sólo estaba ahí, apareciendo con su brillo en los momentos donde Damian más necesitaba algo bueno que apreciar. Algo que supiera que siempre estaría ahí, como el océano. ¿Qué importaba si su madre y abuelo querían desheredarlo por incompetente? ¿Si su mundo se caía a pedazos? Lo único que necesitaba era salir, despejarse y contemplar, y así era como si el mar le diera palabras de consuelo y motivación. Dick hacía lo mismo, pero a diferencia de antes, donde todo era producto de su solitaria mente, ahora era alguien de carne y hueso.

Alguien que, a la vez, no parecía real. Damian tardó mucho tiempo en comprender que Grayson no tenía malas intenciones ocultas, que era bueno por los demás porque así le nacía. Que no era ni engaño ni manipulación cada "te quiero" que le decía.

Podía sonar excesivamente poético, pero él realmente consideraba a Richard Grayson demasiado cercano a la perfección. Todos los componentes de su receta eran de alta calidad, exquisitos, y creaban en conjunto al ser más excesivamente molesto que se hubiese conocido jamás, pero también al de mejor corazón. En él estaba su gran belleza.

Y esa misma belleza causó que Damian perdiera el piso por ese hombre. Ahora sabía con certeza que no era fácil resistirse a la fuerza de sus olas. ¿Lo peor? Había llegado a un punto en el que lo que menos quería era resistirse. Prefería dejarse arrastrar.

Quería que sus abrazos, sus cursis apodos y todo su afecto arrasaran con él cual tsunami. Quería ahogarse en el océano de sus ojos, poder perderse mirándolos con libertad.

Pero era complicado.

Amarlo era como tratar de nadar en un mar agitado y caótico. No era como si no conociera los riesgos que estaba corriendo al adentrarse a mirar a su hermano mayor, pero cada vez que lo sobrepensaba su conclusión venía con el fuerte sentimiento de que valía la pena. Dick no era capaz de hacerle daño, y lo que pensara la gente sólo le afectaría tanto como él mismo permitiera.

Damian no era de mente débil. Estaría bien. Aunque no podía decirse lo mismo de su vulnerable corazón, que tenía la tendencia de estallar como una bomba cada que él se acercaba.

Tal vez sufriría alguna clase de paro antes de siquiera ser capaz de confesarle a Grayson los poderosos efectos que tenía sobre él. Le costaba bastante en ocasiones, pero siempre llegaban pequeños momentos de valor.

—Tus ojos son como el océano.

Él habló e inmediatamente Dick lo miró, poniendo esa mirada que sólo ponía cuando le sonreía. Era como si se derritiera por dentro cada que Damian se dignaba a mostrarle el afecto que, todos sabían, le tenía únicamente al mayor de los hijos de Bruce.

No era un secreto para nadie, y a Damian tampoco le interesaba si lo sabían.

Sólo le importaba que él lo supiera, por más vergonzoso o ridículo que resultara el hecho de que Richard casi siempre acababa burlándose cariñosamente de sus intentos.

Pero esta vez no lo hizo. No hubo ninguna broma boba acompañada de dedos en las mejillas y vocecitas cantarinas, no. En lugar de actuar con la infantileza de siempre, Grayson sonrió de una forma tan profunda que Damian temió por un momento que se hubiera dado cuenta de la magnitud de importancia de lo que había dicho. Como si de la nada pudiera solamente leer sus pensamientos y conocer todo lo que guardaba.

Y tal vez así era, porque no hizo preguntas del comentario tan espontáneo. Sólo lo observó, hipnótico y en silencio por unos segundos.

—Si mis ojos son océano, los tuyos son luna.

—¿Por qué? La luna no es verde —obvió Damian, arqueando la ceja con arrogancia en un intento de ocultarle al mayor lo anormal de su ritmo cardíaco.

Dick sonrió, quizás, por milésima vez en el día.

—No, pero mantiene a las mareas del océano en movimiento, y él no sería lo mismo sin las influencias de la luna —admitió con algo de vergüenza, después agregó—: Ella también comparte su propia luz y lo ayuda a él a brillar.

Damian batió las pestañas, asimilando.

Grayson podía ser un cursi, empalagoso e idealista, pero él siempre tomaría todo lo que dijera como una verdad. Aun cuando nunca se acostumbró al positivismo y seguía de hecho detestándolo en el resto de personas, Richard era su excepción. Porque, aunque solía mostrarse indiferente a la suavidad de la que estaba hecho, en el fondo le parecía una de las cosas más fascinantes sobre él.

Tras soltar un largo suspiro, sonrió de lado.

—Sabes que hay una explicación muchísimo más compleja para esto, ¿verdad?

—Venga, yo soy buen acróbata, no químico.

—Ni siquiera se trata de química, Grayson.

A pesar de que lo dijo con cierta mordacidad, Richard lo tomó bien. Rio a carcajadas, demostrando que se sentía cómodo y feliz. Tan transparente como sólo él, hizo notar las ligeras líneas de expresión alrededor de sus ojos y lo blanco de su gran sonrisa.

Damian lo contempló reír. Supo entonces que no se cansaría y que sus sentimientos permanecerían ahí, fuertes como la roca que resiste la fuerza de la marea.

Y un día, cuando creciera, podría agarrar el suficiente valor para hundirse de lleno en el océano, sin importar las consecuencias. Sólo era cuestión de ir a poco a poco, paciente y receptivo, y con el tiempo lograría aprender a nadar en tan caótico océano como lo eran los ojos azules de Richard Grayson.

Oceanic 「DickDami」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora