No hay distancias grandes para nuestro amor 🎶

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—¡Eres Robert Ferro, ¿cierto?! —preguntó algo nerviosa una chica, aferrada al brazo de otra joven quien también lucía emocionada y el argentino asintió sonriente.

Las chicas gritaron entusiasmadas por encontrarse en frente del modelo e influencer del momento, pero la algarabía creció cuando este saltó para alcanzarlas y saludó sonriente. Johan se mantuvo en la misma posición e intentó enterrar el rostro entre sus manos al verse rodeados por flashes y voces.

Johan viró los ojos con fastidio ante su fallido plan, pero el risueño argentino lo jaló fuerte para obligarle a bajar y delante de todo mundo lo envolvió en un abrazo, también besó su mejilla con brusquedad repetidas veces.

Compartieron largo rato con el grupo de fanáticos, haciendo selfies, challenges y toda clase de locuras. Mantuvieron sus manos enlazadas y siempre que tenía oportunidad, Robert le robaba un beso; aunque esto encendía su rostro, consiguió ganarse varios “awms” expresados en coro por la multitud, hasta que finalmente se despidieron para volver a casa del rubio.

—Rulito, ¿por qué te molestás? —preguntó en cuanto entraron a la habitación.

—¿Por qué lo dices?

—¿Será porque te conozco y sé cómo te ponés de silencioso y distante?

—Exageras —replicó el rubio y se dejó caer sobre la cama, guardó silencio con la vista en el techo, pensando.

Robert liberó un poco de aire, luego sonrió y casi en un salto subió a horcajadas sobre el abdomen de su pareja quien no paró de quejarse y reír al ser impactado por los almohadazos que le propinaba.

—¡Rob, ya!

—No, Rulo…

—Robert, déjame en paz.

—No porque vos estás enojado conmigo —contestó enseguida y siguió golpeando.

—¿Y crees que así se resuelve? ¿Pegándome con una almohada? ¡Bájate!

El argentino lanzó el almohadón a un lado y enseguida se apropió de los labios del rubio, por un segundo estuvo renuente al contacto, aunque después llevó las manos a la nuca de su pareja. Una escurridiza lágrima se coló entre sus párpados, Rob se apresuró a limpiarla con el pulgar y juntar sus frentes.

—¿Ves como sí estás molesto conmigo, Rulito? —le dijo en bajo y cuando el chico hizo amague de sentarse, dejó de presionarlo, pero permaneció sobre él.

El silencio se sembró en la recámara, la verdosa mirada de Johan lucía empañada por incipientes lágrimas que estrujaron el corazón de Robert.

—Rulito, no llorés, por favor, no lo hagás porque lloro.

—¿Cómo lo hago? Rob, no quiero dejarte.

Robert cerró los ojos con pesar, obviamente se sentía igual, pero aquello era por su propio bien. Suspiró y echó a un lado los malos pensamientos; con una mirada risueña, sonrió a su pareja y le acarició una mejilla, Johan de inmediato se restregó contra la palma, quería grabar en su piel cada pequeña caricia.

—¿Creés que algunos cientos de kilómetros entre tu universidad y acá me van a alejar de vos?

—¿Estás seguro? —preguntó Johan en bajo con suma timidez.

—Vos no te vas para siempre, vendrás en vacaciones, hablaremos a diario porque todo el mundo cabe en el teléfono y creeme, cuando menos lo esperés, allá estaré, enojándote con mis locuras de amor sacadas del orto.

—¿Necesariamente debes hacer locuras de amor? —preguntó el rubio con ironía, ganándose un puñetazo al hombro— ¡Ay, no me pegues, idio…!

Robert se abalanzó sobre él para aprisionarlo en el colchón y con la misma brusquedad, juntó sus labios en un lánguido beso que descontroló cada hormona de ambos…

—Rulito —susurró el argentino entre besos—, ¿a qué hora llega tu jefa?

—Supongo que mañana. —Fue la respuesta en el mismo tono y volvieron a besarse.

—¿Seguro? —insistió Robert en bajo aunque ya empezaba a escucharse un poco más urgido, lo que provocó una risita en Johan— Dejá de reírte y contestá…

—Casa sola, señor argentino…

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