II. Papá, tengo algo importante que decirte

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Desde el campamento, emplazado en las afueras de la ciudad, hasta mi casa fui evocando cada una de las palabras que Casio había pronunciado. Lo hice tantas veces como fue preciso hasta llegar a una conclusión. Me sorprendió la noche y aligeré el paso, estaba deseando llegar para contarle a mi padre la importante decisión que había tomado; bueno... debo confesar que también me empujaba el miedo que me provocaba la oscuridad de la noche; desde pequeño este siempre ha sido uno de mis puntos débiles e inconfesables.

Calle abajo me perseguían insistentes sombras mudas e intimidantes que al llegar al rellano de las termas consiguieron acorralarme en una pared sin salida, me agaché y escondí la cabeza temiéndome lo peor, esperé y esperé hasta que unas finas gotas de agua me llevaron a levantar la cabeza, entonces comprendí que sólo había sido el juego de varias nubes con la luz de una gran luna. No obstante me oprimía el silencio de aquellos caminos desiertos quebrado por el silbido del viento, las penumbras acechando la debilidad del ánimo en cada esquina y un gato pardo invisible al que pisé el rabo sin consideración alguna; ¡menudo brinco dimos los dos!, casi nos encaramamos en el tejado de la panadería de Modesto impulsados por su estridente aullido interminable.

Mi único objetivo entonces fue ver aparecer cuanto antes la casa del pretor Caio Iulius Verus, allí era donde yo vivía junto a mi padre, un liberto, un médico de origen griego que como su padre, permanecía al servicio de la familia Iulia.

Entré en silencio, todos parecían dormir, sólo la tímida luz de una lucerna salía de la habitación de mi padre. Corrí tras ella y casi sin aliento empujé la puerta y dije con mi enérgica sonrisa puesta.

- Papá, tengo algo importante que decirte

Mi padre que preparaba unos ungüentos para las quemaduras esperó mi nueva ocurrencia con su mirada escéptica

- Voy a ser Pretoriano, lancé eufórico sin medir los resultados, sin pararme a contemplar siquiera cuál sería su reacción.

Pasó un instante mientras mi padre asimilaba una frase tan sencilla y que debió causarle bastante impresión porque las cajitas metálicas que sostenía en las manos cayeron al suelo.

- Pero cómo es posible. Tú serás médico como yo, y como tu abuelo, ya conoces el oficio, incluso había pensado que podrías establecerte por tu cuenta. He visto cientos de veces tu sonrisa de satisfacción cuando curas a un enfermo. Tu destino es salvar vidas no destruirlas en la guerra.

- No padre, yo no voy a ir a la guerra, yo sólo quiero ser pretoriano para proteger al Emperador.

- Pero...si aún eres muy joven y no tienes la edad para entrar en el ejército, no eres capaz de correr más allá del anfiteatro, no admites ni consejos y mucho menos órdenes y te asusta la oscuridad tanto como el agua a los gatos.

- Superaré mis miedos y trabajaré duro para conseguirlo.

- Sabrás que es imposible acceder a los pretorianos, nosotros no pertenecemos a la clase noble.

- Lo sé, por eso pretendo entrar como legionario en alguna de las legiones destinadas a Egipto o a Hispania, provincias tranquilas y con buen clima, y desde allí conseguir con mis hazañas las recomendaciones que me puedan llevar a ser pretoriano. Estaría bien ingresar en la Legio VI Victrix, la Hispaniensis, me ha dicho Manius que se dedican únicamente a mantener el orden en Hispania, de ella han salido buenos escoltas para gobernadores y procuradores de las provincias Lusitana y Tarraconensis.

Derrotado, al ver que mi decisión era firme e inamovible, mi padre me desveló un gran secreto.

- Cuando eras pequeño, dijo, en ese tono sereno que suena a confesión, cuando apenas comenzabas a caminar, sin decirle nada a tu madre, una mañana gélida de invierno, te llevé al monte cogí un cuchillo que había escondido entre la ropa, coloqué tus manos sobre una piedra cubierta de escarcha y allí estuve a punto de cortarte varios dedos de una mano para evitar que pudieran reclutarte. En cambio, ahora tú te empeñas en ir voluntariamente, parece que el destino se está burlando de mí.

VOY A SER PRETORIANOOnde histórias criam vida. Descubra agora