Tetería.

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Elektra.

Praga. 2013.

La chica recorrías las calles empedradas con paso lento, con sus ojos tapados por unas gafas con los cristales tintados de negro.

No se detuvo en su trayecto, salvo en una ocasión; dos chicos estaban en la calle, rodeados de gente que aplaudía al compás de la música que era arrancada de las guitarras de sendos chicos. No se oía su voz, pero sí las notas de sus instrumentos.

Ello  hizo sonreír a Elektra. Se giró,tras su pausa para contemplar a los músicos, y retomó su camino.

La vida de los habitantes de Praga transcurría en la más absoluta monotonía, justo al contrario que la de Elektra.

Solo sus escapadas al pueblo le aportaban la tranquilidad que necesitaba. Eso y su trabajo temporal en la tetería, a la que se dirigía en ese momento.

Había descubierto ese lugar por casualidad, en uno de sus paseos frecuentes y tan necesitados, cargados de la normalidad que ayudaba a Elektra a superar el día a día.

Estaba escondida en un callejón que partía de la plaza central en la ciudad.

La decoración del lugar era sencilla y acogedora. La música que por los altavoces salía invitaba a la meditación y a la relajación, y los olores que los tés desprendían impregnaban el aire de una esencia mística que hizo que, a primera vista, Elektra se enamorase de aquel sitio.

Había memorizado el camino de memoria, de tal manera que podría ir distraída, mirando cualquier cosa, y no perderse.

Cuando llegó, paró un instante en la puerta del local, donde la fragancia de las esencias y los tés la embargó de una manera que destensó cada músculo de su cuerpo.

-¡Helena! ¡Rápido! Cámbiate, que hoy estamos llenos-.  Una voz grave y con una entonación cansada la sacó de su ensoñación; Ted, su jefe, la llamaba por el nombre falso que había dado para integrarse en la sociedad de los mundis.

Diligentemente, se dirigió a la trastienda de la tetería, dividida en dos partes; una para el almacen, y otra para los vestuarios. Desgraciadamente, los vestuarios eran unisex, pues no daba para más el espacio, y la mayoría de las veces tenía que compartirlo con el primogénito del jefe, Jeremy. Suspiró, rezando para sus adentros que Jer no estuviera en el vestuario, y, como de costumbre, rezar no le sirvió de nada.

Abrió la puerta de plástico que separaba el vestuario del almacen y… alli estaba. Si había algún adjetivo que pudiera definir a Jer, era alto. Medía casi dos metros, pero no abultaba más de lo que una silla haría.

Reprimió un suspiro de desagrado y fingió una sonrisa, Jeremy elevó la mirada de su móvil a la chica.

 -Buenas tardes, Jer -. Le saludó todo lo amablemente que fue capaz. Se dirigió a su taquilla y la abrió moviendo el candado para marcar los números “secretos”. Allí dejó la mochila con sus cosas. Abrió esta y sacó la camisa negra con el logo de la tetería que era su uniforme.

-Hola, Helena -. Contestó el chico. Elektra no le miró, pero notó que se había incorporado y se dirigía hacia ella con su paso tan vago que le caracterizada-. Dejame decirte que hoy te veo…

-Oh, Jer, ¿Te importa salir? Tengo que ponerme el uniforme y… -le interrumpió, girándose brúscamente. No pudo evitar la mueca de repulsión que le había salido inconscientemente al notar la cercanía del alto chico, que parecía cortarle la salida.

-Y seguro que estás igual de guapa con él -. Añadió con sorna-. No te preocupes, ya me voy solo… - Apoyó una mano en la taquilla de al lado de la Elektra, elevando una de sus comisuras y formando una repugnante sonrisa de medio lado-. Quería saber si después del turno, podríamos salir a dar una vuelta. Conozco un cine que ponen unas películas de…

Magissa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora