Les dedico una sonrisa alegre y salgo. Me dispongo simplemente a ver a la gente reunida con sus familias en la parte de enfrente de sus casa mientras beben cualquier cosa y hablan.

Sé que debería estar en casa, pero no me gusta. Me pongo bonita y simplemente lo único que hago es tomarme fotos para el Instagram y ya. Nadie me ve y nada. Por eso salgo, en parte, je, je.

Me siento en la plaza y me quedo mirando el chocolate que tengo en mis manos, esperando el momento adecuado para abrirlo.

—¿Vas a compartir eso?

Levanto mi mirada asustada y preparada para sacar el gas pimienta del bolsillo de mi chaqueta. Pero me calmo al ver que es Santiago.

—Me asustaste —le sonrío.

—¿Cómo estás? —pregunta—. Creí que no te vería hasta mediados de enero.

Me levanto para darle un abrazo y decirle feliz año. Y no sé por qué, pero permanezco en ese abrazo más del tiempo prolongado.

—Bien. —Me hago a un lado para que nos sentemos los dos en aquella banca a la una y media de la mañana—. ¿Qué tal tú? ¿Qué haces en la calle a estas horas?

—Todo excelente. Y, debería preguntarte eso yo a ti, dado que soy un chico y sabré defenderme en cualquier caso. Pero tú, una chica más bonita de lo normal a la una de la mañana sentada en un parque sola. Hmm... No es lo correcto.

Río y saco de mi bolsillo el bote pequeño de gas pimienta para que lo vea.

—Mi mamá me lo regaló por si se presenta la ocasión de usarlo. Hasta ahora no lo he hecho, está nuevo —le explico—. Y gracias por lo de bonita, tú también estás muy guapo.

Vestía una sudadera color azul rey, pastalones de mezclilla ajustados sin roturas y unas converse, al igual que yo con eso último.

—No tanto como tú —vuelve a decir y esta vez no puedo evitar sonrojarme.

—¿Qué tal una foto? —pregunto.

Piensa.

—Si no la posteas a redes, está bien.

Asiento. Quiero mostrarle este chico a mi mamá.

Psicópata.

¡¡Shhhh!!

Saco mi teléfono y busco la cámara de Instagram para la foto. Un filtro bonito y en el que Santiago no se vea tan... ¿Niña? Sí, eso.

Él se sitúa más junto a mí y yo pongo la cabeza en su hombro. Tomo la foto en el momento en el que ambos sonreímos.

—¡Salió genial! —digo.

—Sí, pero no vayas a publicarla —pide de nuevo.

Eso hace que mi curiosidad se active.

—¿Por qué no?

—Sólo no lo hagas. Soy un poco... exigente con esas cosas. Confío en ti.

—C'est bien! Ne vous inquiétez pas, je ne le ferai pas —le digo en francés y espero respuesta. Pero no, hace una mueca.

—¿Qué dijiste?

—¿No sabes francés?

—Eh... ¿No? —Impactada, abro mis ojos de manera que queden bien abiertos—. Cuándo me topo con un extranjero lo único que hago es saludar con la mano o sacar el traductor de Google.

—Oh, Dios. ¡Santiago!

—¿Qué? No me gusta el idioma.

Belleza OscuraWhere stories live. Discover now