El relato maldito

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            Al día siguiente, cuando me incorporé a la tienda de electrodomésticos donde trabajaba, mi jefe estaba ojeando un periódico y susurrando: «pobre chica». Al acabar mi jefe me tocó el turno a mí. Me sorprendió ver en las páginas interiores la fotografía de Marta. Pero más me sorprendió, cuando leí el artículo que se encontraba al pie de la foto:

            «Muere una joven al precipitarse desde un cuarto piso de la calle…».

             ¿Cómo puede ser? Si ayer estuvo en mi casa… —me pregunté.

            Al cabo de unos días, Jaime un amigo común, me entregó mi segundo relato. La madre de Marta lo encontró en su habitación.

 «Que mala suerte, ahora que se había enamorado» —me dijo.

Yo le pregunté si ella le había dicho de quién. Él no supo contestarme.

            Pasó algún tiempo y de nuevo escribí. Esta vez era un cuento para que mi hermana pequeña lo entregara en su colegio. Su profesora les había encargado a los alumnos que crearan una historia infantil y el colegio premiaría a la mejor de todas. Yo le hice un cuento que relataba las aventuras de dos hormiguitas. Era muy infantil, lo reconozco.

            Mi hermana lo entregó como los demás compañeros de clase y esperaron a que la profesora les diera su opinión unos días más tarde. Pero eso no ocurrió. La profesora, una cincuentona que vivía con su hermana, ambas solteronas, la noche antes de la valoración de los cuentos pereció junto con su hermana a consecuencia de un lamentable accidente. Alguna de las dos se olvidó de apagar el gas de una estufa y durante la noche las dos murieron asfixiadas.

            En aquel momento empezaron a surgir dudas en mi cabeza y mi imaginación provocó en mí toda clase de absurdos pensamientos. ¿Eran mis relatos la causa de esas muertes? Y si lo eran, ¿entonces el responsable era yo?

            Dejé de escribir y puse las copias a buen recaudo para que nadie las leyera. Estuve más de un año sin tener entre mis manos nada que escribiera. Pero después de convencerme de que yo no era responsable de nada, retomé mi afición. En mi imaginación surgieron varias historias, me decidí creo que por la mejor.

            Empecé a escribir la historia de cinco amigos que deciden ir de excursión a la montaña. Continué con las peripecias que pasaron durante un fin de semana de acampada y finalicé el relato con el entretenido viaje de regreso. Esta vez no se lo dejé a nadie conocido para que lo leyera. Directamente lo envié a un concurso de relatos con la ilusión, ¿por qué no?, de ser el ganador.

            Cual fue mi sorpresa cuando a los dos meses de mandar mi relato me escribieron de la organización del concurso. En el comunicado decía:

            «Estimado amigo:

El motivo de la presente carta, es para comunicarle que el concurso en el que usted presentó un relato se suspende hasta nueva orden, por motivos ajenos a la organización. En breve nos pondremos en contacto con usted nuevamente».

            Por motivos ajenos a la organización ¡Y un cuerno! Si hasta salió la noticia en todos los telediarios:

«Los cinco miembros de un jurado de un certamen literario, mueren envenenados por consumir un alimento en mal estado…».

Esto fue la gota que colmó el vaso. Ya no había duda. Mis relatos por algún extraño arcano eran los responsables de todas esas muertes, pero ¿por qué? ¿Qué misterio ocultaban entre sus líneas?

No sin algo de temor, los leí una y otra vez. Yo era consciente de que ese poderoso maleficio a mí no me afectaría. Los revisé detenidamente; frase por frase, palabra por palabra, sin encontrar nada que presagiase todas esas desgracias. Pensé en consultar a un grafólogo o a un esotérico. Sin embargo desistí, porque ellos tendrían que leerlos, y si yo lo permitía, tenía la certeza de que les estaba condenando a una muerte segura.

Hice toda clase de combinaciones de frases, de palabras, de letras, los leí al revés, alteré las líneas… y no encontré nada. Los comparé entre ellos y por fin, después de mucho tiempo, di con la solución al enigma. Todos tenían algo en común; en los párrafos iniciales, las once primeras letras mayúsculas eran las mismas en todos los relatos. Por algo que no llego a entender, utilicé esas letras en palabras distintas, y el conjunto de ellas, crean dos palabras que no me atrevo a escribir…

¡Un momento! Si todos empiezan igual… ¡Dios mío!… En estas líneas también. Me aterroriza que pueda ocurrir otra vez.

Lo peor de todo, es que para llegar al final de este relato, previamente se ha leído el principio. Así que amigo lector, siga mi consejo y no pretenda descubrir el significado de esas dos palabras…  porque usted puede ser el siguiente.

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⏰ Last updated: Jul 22, 2013 ⏰

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El relato malditoWhere stories live. Discover now