—¿Vas a vivir con Aaron? —insiste con menos tacto a la hora de soltar sus palabras, como si estas pretendieran ser un castigo físico.

—No. Es. Tu. Maldito. Problema. Axer.

Él se voltea hacia el televisor, su mano en el reposabrazo golpetea a un ritmo amenazante, en armonía al agresivo compás en que se mueve su pierna. No tengo que mirarle a los ojos para saber que es este de esos momentos en los que con una mirada podría asesinar.

No quiero estar aquí cuando estalle así que me volteo y sigo mi camino, pero no he avanzado mucho cuando su voz, una octava más baja, fría, como si se estuviera conteniendo, me dice:

—¿Él te hace feliz?

No esperaba esa pregunta. No esperaba más de él salvo, tal vez, más dardos envenenados de su ira. Pero no eso, algo a lo que simplemente quiero contestar: «No, Axer. No me hace feliz. No como tú lo hiciste. Nadie como tú».

Pero no puedo responder eso, porque se supone que yo he seguido adelante, que ahora más que nunca soy capaz de vivir sin él, y es necesario que él lo tenga claro cuando me vaya.

Así que, en lugar de seguir por ese sendero la conversación, la desvío a lo que me importa: él. Necesito saber que estará bien.

Me volteo en su dirección y camino algunos pasos hacia el sofá, aunque todavía manteniendo una distancia prudente. Él voltea y me mira, pero no hace contacto visual.

—¿Y ella? —inquiero de forma menos borde—. ¿Crees que Sophie pueda hacerte feliz?

Vuelve a mirar hacia el televisor. Pasa tanto tiempo así, ensimismado y en silencio, que creo que ha optado por ignorarme.

El silencio se extiendo así que me planteo la opción de dejarlo solo. Pero entonces habla.

—Estoy seguro de que no va a dejarme necesitando medicación para manejar el estrés post traumático.

Siento que me ha clavado un cuchillo helado y sin filo, atravesando mi piel por medio de una herida que no ha sanado y que revive para desangrar ese dolor dormido.

Jamás quise hacerle un daño como ese. Jamás.

Trago en seco, tengo que ser valiente. No puedo llorar. Ya no.

Pero doy un paso más cerca del sofá, porque esto es confidencial, y tengo que asegurarme de que quede entre nosotros.

—¿Yo...? —susurro y doy un paso más cerca. Él sigue viendo el televisor, pero la tensión de su pose me dice que me escucha—. ¿Yo te hice eso?

Cuando voltea a verme, siento que debería escapar. No estoy preparada para la intensidad de los sentimientos detrás de esa mirada.

—Te veo muerta en todos mis sueños.

Y así, su arma sin filo me ha alcanzado el corazón.

Doy otro paso y pongo las manos en el sofá, junto a su rostro, pero sin tocarlo. De todos modos me inclino hacia él, y le hablo muy cerca. Si fui capaz de engañarlo como lo hice, tengo que ser capaz de beberme el ácido que provoqué en sus ojos.

—Nunca me disculpé —susurro.

Sus ojos me escanean desde la frente hasta los labios. Su respiración me habla mientras sus palabras callan. Casi no necesito que pronuncie lo siguiente, ya sé lo que va a decir.

—Eso ya no sirve de nada.

—Lo sé —reconozco y llevo mis labios a su frente. Él se tensa, pero no me detiene. Me permite ese beso y no se aparta cuando tan cerca de él continúo hablando—. Pero en serio lo lamento muchísimo. Lamento más el daño que te hice que la suma de todos mis errores pasados.

Nerd 3: rey del tablero [+18]Where stories live. Discover now