Capítulo II

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Unas horas después de que Luc se alimentara de ella, Anya aún sentía cómo todo su cuerpo temblaba, se sentía supremamente débil. La habían dejado en una habitación color gris ratón, no había ventanas, solo había un par de cajas y una cama de estilo Victoriano de madera de ébano, el espaldar era negro y la sábana y cubre lecho eran gris claro con gris ratón, igual que las paredes. Ella se encontraba recostada ahí, Luc la había dejado y había salido sin decirle absolutamente nada. Sentía que no había salida.

«¿Por qué lo habría hecho Phil?», pensó al tiempo que las lágrimas empezaban a rodar por sus mejillas.

Anya estaba tan débil que cayó dormida o mejor aún desmayada en aquel lecho. No supo cuánto tiempo había pasado, pero tenía enfrente a Henri, el mismo hombre de la entrada, quien la olía como si fuera un perro. Anya saltó en la cama, incorporándose de inmediato, dando pequeños saltos, aún sentada en la cama, alejándose del hombre.

—No me tengas miedo —sonrió Henri mientras se alejaba poniendo sus manos atrás en su cintura.

Anya vio con asco como una rata pasaba por un agujero de una de las paredes, jamás había visto una en la vida real. Su casa era muy diferente, en ese momento extrañaba ese Penthouse del que tanto hablaba mal, el que había odiado durante toda su vida. En ese instante lo extrañaba como nunca, quería devolver el tiempo y volver a estar a salvo en su propia cama, sin tener conocimiento alguno de esta locura que estaba viviendo.

—¿Cómo quieres que no te tenga miedo, si sé que eres un vampiro y además me estabas oliendo como un freak? —soltó Anya nerviosa, mordiéndose el labio inferior.

Henri se rio y se sentó de manera delicada sobre la cama, alisando la sábana antes de volver su rostro hacia ella. Estaba vestido con un traje similar al que llevaba anteriormente, solo que esta vez traía una corbata roja.

—Tienes razón, todo esto es nuevo para ti, pero te puedes ir acostumbrando, te lo aseguro —sonrió de medio lado, tratando de darle seguridad.

Henri también hablaba con un acento antiguo, ya entendía Anya el por qué. Ella lo observaba con detenimiento, era menos intimidante que Luc. De hecho, también se sentía atraída por él, a pesar de que al momento de pensar en eso, trataba de pensar en que estaba en frente de un monstruo, le generaba al igual que Luc un intenso vacío en el estómago y un sentimiento inexplicable.

—¿Cómo que puedo irme acostumbrando? ¿Nunca me van a soltar? —preguntó Anya realmente sin ganas de conocer una respuesta, por miedo.

—Bueno, supongo que un platillo tan exquisito como tú no es fácil dejarlo marchar...

Luc interrumpió atravesando la habitación en pocos segundos, quedando en frente de él, mirándolo de manera intimidante, imponiéndose.

—¡HENRI! ¿Qué es esa forma de hablarle a nuestra invitada? —exclamó Luc mientras hacía que Henri se parará y bajará la cabeza ante su presencia, dejando a Anya impactada con la sumisión de Henri.

Luc estaba frente a ella, esta vez llevaba una bata blanca de seda que cubría su blanco cuerpo hasta los tobillos. Con un sutil movimiento, acarició su antebrazo con el frío dorso de su mano.

—Lo siento padre —susurró Henri mirando el piso.

—Puedes retirarte —afirmó Luc haciendo un ademán con la mano para que saliera de la habitación cuanto antes.

—¿Padre? —preguntó Anya y luego se tapó la boca, no quería involucrarse tanto, pero tenía que saber más.

—Tranquila, puedes preguntar lo que quieras... —soltó Luc sentándose mucho más cerca de Anya de lo que había estado Henri— Verás... Henri no es mi hijo biológico, obviamente; sin embargo, me dice padre porque lo convertí hace demasiados años. El pobre estaba agonizando por una enfermedad, era hermoso, no podía dejarlo morir. Siento que te haya estado olfateando, es su sentido más desarrollado...

Sangre de DiamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora