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Él hablándole sin el más mínimo respeto, cuando simulaba hacerlo lo hacía mal porque le gustaba burlarse de ella. Como se dijo antes, él más que verla como una compañera de trabajo, más bien parecía tomarla como su entretenimiento, y si llegaba a estar de mal humor, el asunto se ponía todavía más desagradable.

El que sea un tipo atractivo de aproximadamente 1.90 de alto, no le daba ningún derecho a él de ser un idiota.

Rompiendo el pequeño y efímero encanto, Fitzgerald volvió a hablar, y como siempre no tenía algo bueno qué decir a favor de Fryda.

—Señor, el alcalde lo espera en su oficina.

—¿El alcalde? ¿Cómo que el alcalde está aquí?

Lentamente, Lucio miró a Fryda de reojo. A ella se le vino el mundo encima.

«No puede ser, se me olvidó notificarle sobre su cita con el alcalde» se reprendía Fryda con el alma casi saliendo de su boca.

Incapaz de decir algo, ella bajó la cabeza ante el peso del estrés y del auto-insulto.

El psicólogo vio la reacción de su asistente (la cual se encogía de hombros decepcionada de sí misma), no hizo falta preguntar el motivo de su reacción asustadiza. Él era el experto.

—Bueno, no importa —dijo el hombre en una carcajada que extrañó mucho a sus dos empleados―, seguramente Ben llamó a última hora como siempre —acertó Lucio calmando a Fryda, sólo un poco—. Fitzgerald ayuda a Fryda con este papeleo. Después ven a mi oficina.

Después de decir eso, Lucio sencillamente camino entre ambos con una sonrisa burlona y una mano en su bolsillo y la otra sosteniendo su propio maletín.

Solo treinta segundos y Fitzgerald se armó para hablar otra vez enfrentando a una irritada Fryda que le miraba con la intensión de azotarle un golpe en la cara por haber querido que se le reprendía por la visita del alcalde. Aunque, no es como si no se lo hubiese ganado.

—Suertuda —le dijo el veterano, cuando empezaron a andar él agregó—: esta es la tercera vez en la semana que se te olvida decirle al señor, sobre una cita, y él te la deja pasar.

Fitzgerald Silverman sabía que Fryda en ocasiones era olvidadiza, pero ya eran tres veces que él tenía que informar al jefe sobre los pacientes que llegaban a verlo, y siempre que Fryda estaba presente ponía la misma cara de una condenada a la guillotina.

Hacer lo que no le incumbía era lo que a Fitzgerald más le molestaba en lo más profundo de su estómago, no había cosa que lo irritase más que un incompetente.

Fryda no era una incompetente, al menos no en su totalidad, lo que él odiaba era que ella fingiese, muy bien, serlo.

—Lo sé, es solo que... —intentaba excusarse Fryda cuando ambos llegaron a la puerta. Ella buscó la llave de su oficina en su bolso, sin terminar su oración.

Fitzgerald a regañadientes lo entendió. Miró hacia otro extremo.

—Aún... ¿piensas en eso? —preguntó Fitzgerald comprendiendo el motivo que seguramente aún distraía a la secretaria.

Fryda se paralizó por unos segundos, y Fitzgerald, como un excelente veterano de guerra pudo notar esa reacción como una respuesta afirmativa.

«Carajo» pensó ella, desanimándose aún más.

Y tan bien que Fryda había estado manteniendo sus pensamientos en otros lados y no en el acontecimiento más trágico e inhumano del que se había enterado no hace mucho.

𝐄𝐧𝐞𝐦𝐢𝐠𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐌𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞 | 🔞Where stories live. Discover now