23. Llamas.

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¡Holaaaaaaa! Perdón por el retraso en este capítulo, pero estoy en exámenes y con un montón de proyectos por llevar a cabo, lo bueno es que ya pronto va a acabar. :<

POOOOR CIERTO, ¡LLEGAMOS AL MILLÓN DE LECTURAS! ¿Pueden creerlo? Porque yo no, simplemente me parece increíble lo lejos que hemos llegado con esta novela. Ha habido altos y bajos, como en todo, incluso , muchas veces pensé en eliminarla para volver a hacerla y planearla mejor, pero no podría hacerlo eso a ustedes, no después de todo el apoyo, amor y felicidad que me han brindado.

Gracias, gracias, gracias.

Por favor disfrútenlo mucho que lo hice con amor. <3




—Creo que debería regresar a mi casa —exclamó Eco, una vez que los nervios se apoderaron de ella.

El cartel que decía con letras mayúsculas y blancas «Prohibido el paso» sólo conseguía hacer que la situación fuera más preocupante.

—Tonterías, ratita —Fue lo único que contestó el chico, antes de acercarse a la cerca metálica y empezar a escalar.

No era muy alta, así que en unos cuantos segundos, Eugene ya estaba con una pierna del otro lado y con una mano extendida hacia ella, como si de verdad creyera que se iba a acercar y romper la ley con él.

Porque, definitivamente, eso no iba a pasar.

—¡Vamos! —le dijo, exasperado pero teniendo cuidado de no levantar la voz—. ¡Nos va a ver alguien!

Eco sólo se quedó observando su mano extendida, aguardando por ella.

—N...no, Eugene —se negó, dando un paso hacia atrás—. El cartel dice que...

Se interrumpió cuando vio cómo Eugene tomaba el cartel con su mano libre y aplicando un poco de fuerza, lo arrancaba y lanzaba lejos de ahí.

—¿Cuál cartel?

Eco rodó los ojos. La noche de repente se la había hecho excesivamente larga, y para ser sincera, lo único que no la dejaba tirarse al suelo y dormir era el frío y el miedo por lo que fuera que hubiera en la cabeza de Eugene.

—No debemos —repitió, con la esperanza de hacerlo entrar en razón.

—¡Vamos, Eco! —la animó, empezando a desesperarse—. No haremos nada malo, además, es esencial que te enseñe algo.

Eco sintió un escalofrío, que bien pudo ser por la corriente helada o por la curiosidad que la picó. Quería, no, se moría por descubrir aquello que, supuestamente, no veía, pero si tan sólo no estuvieran en lugar así pasada la media noche...

—Eco, por favor —le suplicó, haciendo que levantara de nuevo su mirada hacia él—, mírame.

Y así lo hizo.

Era extraño, pero de un momento a otro, su alrededor empezó a hacerse borroso a tal punto que, de un momento a otro, desapareció, y sólo quedaron ese par de ojos.

¿Era normal que brillaran tanto? Porque le dio la sensación de que, estuvieran donde estuvieran, los ojos de Eugene siempre iluminarían el lugar.

«Eco, detente» fue lo que escuchó dentro de su cabeza, que identificó como su sentido común, el cual parecía estar gritando y suplicando por ayuda.

Pero era demasiado tarde, sus pies ya estaban avanzando en dirección a Eugene, y por la expresión de felicidad y satisfacción que él había puesto, de alguna manera había adivinado que, tarde o temprano, ella iba a seguirlo.

Cupido flechado (SERÁ BORRADA EN AGOSTO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora