—¡Peor aún! Es peligroso, más para mí que para ti.

—No pasará nada.

—¿Puedes irte?

—Solo quería hablar con alguien. Contigo siempre puedo hacerlo... Pero si quieres que me vaya, lo haré.

Se puso de pie, tambaleó un poco y caminó hacia mí.

—¿Has bebido?

Sonrió.

—Solo un poco. Es que... no estoy muy bien —dijo esquivándome para dirigirse a la puerta.

—¿Qué te sucede?

A pesar de mi esfuerzo por mantener distancia, no podía dejarlo ir en ese estado.

—He hablado con Fátima, sobre lo del viñedo y lo que hemos conversado a la tarde. De mi necesidad de escapar de todo esto, de pasar tiempo allí, de desconectar de este mundo.

—¿Y qué ha dicho?

—Que me entiende, pero que mi deber como futuro príncipe está aquí. Y si, lo entiendo, pero necesito un poco de paz o enloqueceré. ¿Será inapropiado que agarre mis cosas y me vaya igual? Ella dice que hay que cuidar la imagen pública. Detesto la imagen pública. La odio. No la soporto.

Todo esto lo dijo mientras caminaba de un lado a otro de la habitación. Parecía estar descargándose de todo el peso que cargaba consigo día a día.

—Y lo que más me atormenta es que todo irá a peor por culpa de mi cuñado Braulio. Si no fuera por su huida de la corona, no tendría que estar viviendo todo esto. Hasta hubiera podido decidir el rumbo de mi vida.

—¿O sea que no estaba en tus planes convertirte en rey?

—Detesto esa palabra. Y por supuesto que no. De haberlo sabido supongo que mis decisiones hubieran sido otras. Definitivamente, hubieran sido otras.

—No entiendo por qué hablas de decisiones.

Suspiró y se acercó a la silla que estaba arrimada al escritorio. La alejó y se dejó caer en ella.

—No lo entenderías, Amanda. Este mundo no es tan... como el tuyo.

—¿En qué sentido?

—No somos tan libres.

—Sigo sin entender.

—No sé como explicarlo.

—Con palabras podría ser.

Rió y se pasó las manos por su rostro.

—Conozco a Fátima desde que éramos muy chiquitos. La quiero muchísimo, compartimos mucho juntos y quiero estar a su lado. Es una gran persona. Pero desde que esto de la corona se interpuso en nuestras vidas las cosas empezaron a complicarse. Es eso.

—¿Y cuando hablas de decidir...?

—Si hubiera podido decidir, no estaría acá.

—¿Renunciarías a quien amas para recuperar tu vida?

—No es una posibilidad existente, así que no pienso en eso.

—Es una posibilidad existente, que no quieras considerarla es cosa tuya.

—Amanda, no entiendes. Esto no se basa en elegir por uno mismo y ya. Las consecuencias de cada decisión que tomamos golpean a la familia y también a todo lo que hace al reino. Esto es... Es horrible, pero es así.

—O sea que estas como en una cárcel.

Su rostro se endureció tras esas palabras.

—Eso parece. Ni siquiera puedo ir al viñedo —su voz se quebró al final y no pude hacer mas que acercarme e invitarlo a un abrazo. Fue un impulso.

Su cuerpo tocando el mio, su corazón latiendo en mi pecho, su respiración en mi cuello... todo fue extraño y muy fuerte para mi sentir.

—Quisiera poder elegir otra vida.

—Hazlo. Y que el mundo se destruya. ¿Qué mas podría pasar? Tarde o temprano se tendrá que reconstruir.

Rio.

—Me gusta esa mirada. Es tan libre.

—Te regalo la idea. Quizás te sirve de inspiración.

Me tomó por la cintura y me alejó de él para observarme desde esa nueva distancia.

—Quisiera poder ser así de libre —dijo sonriendo—. Muchas cosas serían diferentes.

—Elige serlo —mascullé.

—No puedo.

Y en ese momento, sentí bronca. Bronca por su vida, por su falta de inacción, por el mundo de la realeza y por la forma en la que parecía condenar a sus miembros.

—Yo creo que le das más valor al deber y a la responsabilidad que a tu propia vida —le dije mientras caminaba hacia la cama—. Te la pasas queriendo cumplir y siendo responsable y te olvidas que tienes una sola vida. ¿Acaso esto es lo que quieres para ti?

—No.

Su respuesta llegó muy rápido y bien clara.

—Entonces vive. Rompe las reglas, lucha por lo que a ti te gusta, por lo que tu quieres, por lo que te hace bien a ti.

—No es tan fácil —me dijo desde donde estaba.

—Yo creo que no te animas —le dije dándome la vuelta y caminando hacia él.

—¿A qué no me animo?

—A hacer cosas que vayan más allá del deber, a romper las reglas...

—¿Eso crees? —me preguntó mirándome a los ojos.

—Eso creo —le dije dando un paso más hacia él.

—Pues yo creo que si me animo.

Tras esas palabras, rompió la distancia entre nosotros, tomó mi rostro entre sus manos y unió sus labios con los míos.

Vistiendo a la realezaWhere stories live. Discover now